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En menos de dos semanas, el año político-electoral más intenso de los últimos tiempos (y eso que ha habido poco descanso desde 1993) habrá comenzado a bombo platillo, a banderas desplegadas y sin reservarse desde el primer segundo, como dicen que conduce Fernando Alonso. Pero el habitual interés que despierta la aventura electoral y partidista, la feria de los candidatos y la zozobra de las encuestas va a revestir este año un perfil mucho más dramático, porque tanto la derecha como la izquierda se van a jugar el liderazgo de cada una de las dos formaciones y, de paso, el de la vida política española.

Y lo van a hacer de la peor manera posible: con el propio destino nacional sometido al albur de las necesidades domésticas del líder de la Izquierda, Rodríguez Zapatero, que parece dispuesto a jugar con el reglamento y contra el reglamento, con el árbitro y contra el árbitro, con las reglas del baloncesto, del fútbol, del balonmano o del voleibol, según le venga la jugada. En buena lógica, el desenlace no puede ser favorable, pero da la impresión de que Zapatero se ha cortado él mismo la retirada y se la juega con todos y cada uno de los candidatos: Simancas en Madrid, Maragall en Barcelona y él mismo en las generales de Marzo, sin contar con que Chaves e Ibarreche tengan también apetencia de urnas entre octubre y junio, mes en el que, por si faltaba algo, tendremos elecciones europeas. Los hay que, si pudieran, empalmarían ya las vacaciones de este año con las del que viene.

Sin embargo, la fragilidad en el liderazgo de la izquierda se equilibra un tanto con la incógnita de la sucesión de Aznar, que ha de resolverse antes de Navidades. Según los optimistas, antes de las elecciones de Madrid; según los pesimistas, después de las elecciones catalanas, aunque también esto del optimismo o pesimismo va en apreciaciones. Y depende del candidato apetecido, claro está.

La primera consideración en esta doble crisis de liderazgo que, por razones distintas y hasta opuestas, se produce en la vida nacional es que en la Izquierda la falta de un programa económico razonable y de una idea de España coherente convierte a la Derecha en el único referente de continuidad nacional e institucional. Mientras el PP dé a los votantes las garantías que le niega el PSOE, el problema no será de liderazgo sino de alternativa. Pero siendo grave en democracia la falta de alternativa, mucho más lo es la falta de continuidad institucional y democrática. Eso es lo que Aznar tiene en su mano o, por mejor decir, en su protodedo designatorio: la posibilidad de diseñar el escenario electoral mediante un antagonismo con ganador fijo: continuidad frente a incertidumbre.

Pero si en el PSOE ningún candidato tiene programa, porque no lo hay, en el PP no todos los candidatos tienen el mismo programa, que es o debería ser el de Aznar. Así, sobre dos liderazgos en juego, tenemos también dos programas políticos en el aire. Doble desafío y cuádruple incógnita que empezarán a despejarse de aquí a catorce días. Trece ya.


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