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Violeta Yangüela

“Americanfobia”

Relata el pensador francés, Guy Sorman, que en una conferencia celebrada en Cancún en 1983, el entonces presidente de Tanzania decía que su país podía comprar un tractor con cuatro toneladas de café y que 20 años más tarde necesitaba 20 toneladas. El presidente de Tanzania pasó por alto de que se trataba del mismo café pero no del mismo tractor.

La anécdota refleja el proceso de las naciones latinoamericanas subdesarrolladas que la Comisión para la América Latina ante las Naciones Unidas (CEPAL) intentó resolver con el modelo del “nacional industrialismo”, convertido por obra y gracia de los cepalinos en el librito de las soluciones.

La primera condición del modelo requería cerrar las fronteras a los bienes importados de manera que las industrias nacionales pudieran sustituirlos. De ahí la necesaria intervención estatal en la que los gobiernos imponían restricciones a la importación mediante prohibiciones y altas tasas aduanales y al mismo tiempo creaban normas, leyes o incentivos para dirigir las inversiones hacia las industrias sustitutivas. El gobierno “asistía” al nacimiento de las empresas “bebés” que impulsarían el desarrollo nacional.

La primera sustitución se haría de los bienes intermedios que hacían posible la producción del producto para en una segunda etapa alcanzar la sustitución del bien final. De los resultados de ese proceso industrial, unas se quedaron bebés (el café de Tanzania no llegó a eso), otras llegaron a la adolescencia y las que alcanzaron la madurez con la producción del producto final, no tenían la calidad necesaria que cumpliera con los requisitos para competir en el mercado internacional. Además, a la nueva clase empresarial --creada y desarrollada bajo la sombrilla gubernamental-- no le interesaba competir y se conformó con tener cautivo los mercados nacionales asistidos por la protección estatal.

De ahí que el modelo sirvió como argumento económico de desarrollo y también para el contubernio político. Por un lado se hacía necesario contar con la dirigencia política para mantener el libre mercado y la competencia fuera de las fronteras nacionales y por el otro las acciones anti liberales empresariales y políticas se encontraron con el discurso político nacionalista y anti norteamericano de los movimientos y partidos de la izquierda.

En unos casos en América Latina dominaban gobiernos dictatoriales y en otros comenzaba el proceso de democratización con una transición de gobiernos autoritarios (que parece no termina) en los que por su propia esencia la competencia económica y política les produce alergia con picazón incluida.

En ese contexto político, el conflicto ideológico que dividía a la aldea global en países del mundo libre y países detrás de la cortina de hierro fue determinante para que el país hegemónico del mundo libre, Estados Unidos, protegiera a las naciones de la influencia ideológica de Rusia (URSS en ese entonces) país hegemónico de los que estaban detrás del Telón de Acero.

De esta manera se produce el encuentro entre el discurso anti competencia y libre mercado de la clase política y empresarial y el discurso de izquierda nacionalista y anti norteamericano. La “americanofobia” llegó para quedarse y se expresa hoy en la “globofobia”, el proceso globalizador que implica la expansión del capitalismo y del libre mercado dirigido, al decir del ex ministro de Relaciones Exteriores francés, Hubert Védrine, desde la “hiperpotencia” norteamericana.

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