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EDITORIAL

Caldera: ¿justificando el terrorismo?

La nueva masacre perpetrada ayer martes por la Yihad Islámica en Jerusalén, donde perdieron la vida 20 israelíes –entre ellos seis niños–, es una prueba más de que los terroristas jamás suelen aceptar otra alternativa que no sea su programa máximo; en este caso la destrucción de Israel y la aniquilación de los judíos. La “Hoja de Ruta” y los procesos de paz que le han precedido son para los terroristas palestinos la peor amenaza para sus fines, pues una vez lograda la paz ellos pierden definitivamente su poder e influencia. Del mismo modo, el atentado contra la oficina de la ONU en Bagdad que se encargaba de coordinar las labores de reconstrucción y ayuda humanitaria, y que costó la vida al enviado especial de Naciones Unidas, Sergio Viera de Mello, y a otras dieciséis personas, incluido un militar español, obedece a la misma “lógica” universal que comparten los terroristas palestinos y Al Qaeda, responsable última de este atentado: la esperanza de paz y de progreso que la comunidad internacional representa para Irak es su peor enemigo. Los terroristas saben perfectamente que un Irak democrático y próspero en el corazón del mundo árabe podría servir de contagioso ejemplo a sus vecinos.

Si a esto se une el hecho de que los restos del partido Baaz han montado su propia organización terrorista –a decir verdad, el partido Baaz de Sadam nunca fue otra cosa– con el objeto de obstaculizar cualquier esfuerzo de reconstrucción y normalización de la vida civil atentando contra las infraestructuras básicas –redes de distribución de agua y electricidad–, contra las instalaciones petrolíferas y contra el ejército estadounidense, única garantía hoy por hoy de la conservación del orden en Irak, la única conclusión a la que puede llegarse es que, ahora más que nunca, las fuerzas de ocupación y la misión de la ONU son y seguirán siendo imprescindibles durante algún tiempo para garantizar el orden, la paz y la reconstrucción de Irak.

La lección del terrorismo etarra, tan duramente aprendida, rara vez se aplica con coherencia cuando hay salir fuera de nuestras fronteras. El último ejemplo de esa incoherencia ha sido Jesús Caldera, quien indirectamente ha justificado los atentados terroristas en Irak. El portavoz del PSOE en el Congreso achaca la oleada de ataques terroristas perpetrados por los partidarios de Sadam y por las ramificaciones de Al Qaeda al “gravísimo error que se cometió con esta guerra”. Para él, los atentados son las “consecuencias graves que suponen la ocupación del territorio iraquí”; y propone como solución a una “resistencia cada vez más eficaz, organizada y violenta” la sustitución de las fuerzas de ocupación por una fuerza multinacional de cascos azules bajo mandato de la ONU, integrada por el mayor número de países, incluidos árabes e islámicos.

Quizá olvida Caldera que la ocupación de Irak y los planes de reconstrucción y democratización de Irak ya recibieron las bendiciones de la ONU en el Consejo de Seguridad (14 votos a favor, incluidos los de Francia, Rusia y China, ninguno en contra y una sola abstención, la de Siria). Pensar que, porque las fuerzas de ocupación –término empleado por Caldera y por el PSOE en sentido peyorativo– cambien el color de su casco, los esbirros de Sadam y de Ben Laden dejarán de perseguir sus fines y de perpetrar atentados equivale a pensar que el motivo de esos atentados es, exclusivamente, la presencia de tropas norteamericanas y británicas. Quizá crea Caldera que los terroristas tolerarían mejor la presencia de tropas brasileñas, francesas, alemanas, marroquíes o jordanas, por poner un ejemplo. Pero la masacre perpetrada en la sede de la ONU descarta por completo tal posibilidad: los terroristas no quieren la paz, el orden, la democracia y el progreso en Irak. Los esbirros de Sadam sólo quieren recuperar el poder. Y los secuaces de Ben Laden no desean un Estado de derecho laico y democrático que pueda servir de ejemplo al mundo árabe.

Va siendo hora de que los políticos como Caldera se den cuenta de que su criptoantiamericanismo acaba justificando y haciendo el juego a los terroristas.


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