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Aparentemente, Zapatero no ha sacado de la guerra de Irak y de su participación en ella (al lado de Sadam Husein, obviamente, como casi todos los que se oponían) las lecciones que cabía esperar. Si se tiene en cuenta que el PSOE y la izquierda española llegaron prácticamente al golpismo callejero y que Zapatero se identificó totalmente con las fuerzas antisistema pensando que así echaría al PP del Poder, pero que acabada la guerra y llegado el Papa no consiguió ni siquiera ganarle las elecciones municipales y autonómicas a Aznar, que salió más reforzado que nunca, aparentemente sólo había una lección que Zapatero debía sacar: que se había equivocado. No hablo del orden moral, del que prescindió completamente, sino del puramente político, del que todo lo cifra en la conquista del Poder. Es evidente que hoy Zapatero está más lejos del poder que antes del chapapote y de la Guerra.

¿Por qué insiste, entonces, en sus patrañas antibelicistas, en sus ataques al Gobierno y en su identificación con la izquierda comunista y los antisistema? Acaso porque hay otra lección de la Guerra que no sólo le corresponde sacar a él, o que no debería corresponderle en primer lugar, y es la de la total indefensión mostrada por la Derecha en aquellas semanas donde el Gobierno y el PP se convirtieron en el pimpampún de cualquier payaso con ínfulas de Che Guevara. La incapacidad política del Gobierno, la inoperancia organizativa del PP y, sobre todo, la pavorosa soledad mediática en que quedó la Derecha fue tan escalofriante que Zapatero no ha podido olvidar, siquiera inconscientemente, que prácticamente lo dieron todos por inquilino de la Moncloa en pocos meses. También el se sintió así: hiperlegitimado, hiperambicioso e hipersatisfecho. Es un poco arriesgado pensar que puede repetirse la situación, pero no inexplicable.

La base social de la Derecha sacó las lecciones que debía sacar de la guerra y se movilizó de forma unánime y apabullante en torno a su partido, el PP, y su líder, Aznar. Pero la clave de su debilidad, que estaba y está en los medios de comunicación, no ha cambiado. Y ni la sucesión de Aznar permite movimientos de reequilibrio mediático ni los previsibles sucesores parece que quieran intentarlo. Su único acuerdo ha consistido en rendirse a Polanco, permitirle todas las ilegalidades, desde el incumplimiento de la sentencia por el antenicidio a Localia, y otorgarle el monopolio de la televisión de pago. En lo cultural, lo ideológico y lo mediático, la capitulación del PP es completa. Y esa lección de la guerra que no acaba de sacar la Derecha política es quizás la única que ha aprendido bien la Izquierda. Lástima que sea la única. O acaso deberíamos decir: menos mal.

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