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Juan-Mariano de Goyeneche

Menos mal que existe El Rincón del vago

Hoy pensaba escribir sobre la campaña de webs "apagadas" y sus consecuencias, pero otro suceso mucho más feliz ha venido a copar mi pensamiento: hace unas horas he conocido a Laura en el momento en el que alcanzaba la nada provecta edad de dos días de vida. Es la primera vez que una buena amiga de mis mismos años se convierte en madre, así que hoy me siento un poco tío de Laura.

Me impresiona cómo, curiosa ya, levanta ávidamente la cabecita para escrutar los alrededores con los ojazos que Dios le ha dado e imagino, no sin regocijo, el momento en que abra por primera vez un libro para saciar allí esa curiosidad que espero la acompañe siempre. Me entra, sin embargo, cierta comezón cuando pienso que seguramente también ella, como yo, será torturada en el colegio con lecturas obligadas de libros pésimos, sin ningún interés ni calidad, que le serán impuestos simplemente porque según la editorial son libros especialmente escritos "para niños". Confío en que ese primer contacto escolar no mate su amor por la lectura y que se recupere con libros de verdad, como "La isla del tesoro" o "Capitanes intrépidos", de los que los planes de estudios parecerán querer alejarla.

El tema de los trabajos colegiales, pobrecita, lo veo más esperanzado gracias a El rincón del vago. Sí, no es broma. ¿Cuántas veces no hemos tenido que escribir todos larguísimos trabajos, fusilados pertinentemente de la enciclopedia familiar, para satisfacer las demandas del profesor de turno? ¿Y con qué resultados? ¿Se aprendía algo? Yo los recuerdo, tal y como estaban planteados, como monstruosas pérdidas de tiempo. Víctima del aburrimiento se copiaba durante horas sin reparar en lo que se leía, con la mente en otro sitio porque tampoco nadie se había preocupado por que el trabajo resultara motivante, se viera como un descubrimiento continuo, como una encadenación de hallazgos que llevaran a hilvanar ideas nuevas. No: el trabajo se medía por el número de páginas que ocupaba.

Si el profesor era especialmente cruel obligaba a que se entregara a mano para asegurarse de que lo habías escrito tú. Lo que se evaluaba era, pues, la capacidad amanuense, no lo que te había aportado hacerlo. En los casos más benévolos en que te permitían entregarlo a máquina, al final la pobre familia acababa también padeciendo, condenada a teclear alguna que otra página para ayudar al niño.

Ahora, con sitios como El rincón del vago, todo es más fácil. Puestos a perder el tiempo, al menos que sea el mínimo. Quizás –solo quizás, pero un quizás es siempre una posibilidad– las horas ahorradas se dediquen a leer algo provechoso o a aprender alguna cosa por cuenta propia, que suele ser la forma más eficaz de aprender.

Muchos profesores ponen el grito en el cielo, pero ¿qué responsabilidad tienen ellos de que exista El rincón del vago? ¿En quién piensan a la hora de encargar las tareas? Porque es muy fácil poner siempre los mismos trabajos sobre los mismos temas trillados (que por tanto no cuestan tiempo ni esfuerzo a la hora de pensarlos ni prepararlos) y que se corrigen al peso.

Un trabajo, en cambio, bien concebido, original, motivado, que lleve a discurrir, investigar y consultar varias fuentes –también Internet, ¿por qué no?– y en el que se valore más el contenido y lo que se ha aprendido que el volumen que ocupa cuesta mayor esfuerzo y dedicación por parte del profesor pero ofrece mayores réditos para el alumno y, además, no está en El rincón del vago. Claro que los pobres profesores ya tienen lo suyo con la forma en que se les ata las manos en la enseñanza, pero me consta que hay algunos que son de este mismo parecer en lo referente al planteamiento y utilidad de las lecturas y tareas que trasladan a sus alumnos. Yo te deseo, Laura, que los encuentres en tu vida. Porque haberlos haylos. El caso es dar con ellos.


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