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Alberto Recarte

Aznar-Rato, un buen balance

Ha sido una suerte que José María Aznar fuera consciente de los tremendos problemas económicos que España tenía en 1996, que se comprometiera personalmente en su resolución y que impulsara la acción de gobierno en todo lo relacionado con la economía. Sin esa dedicación, Rodrigo Rato no habría sido capaz de mantener la política económica que ha desarrollado el gobierno del PP. No se trata de minimizar el papel de Rato, pero sí de intentar distribuir los éxitos y fracasos entre los distintos responsables políticos.

La anunciada renuncia de Aznar a su posible tercer mandato le dio fuerza para aplicar, por ejemplo, una segunda reducción del IRPF, al tiempo que el deseo de asegurar que el PP estuviera en disposición de ganar las próximas elecciones ha actuado de amortiguador para reformas más profundas, en el mercado laboral o en el tema de las pensiones. Una política de prudencia, o temor, con la que ha comulgado, intensamente, Rodrigo Rato.

Tenemos sobradas experiencias –en pasados gobiernos– de encargados de la economía bien deseosos de emprender reformas o bien de hacer política en interés personal, y de presidentes del Gobierno que o no apoyaban a su ministro de Economía, o no se oponían con la necesaria contundencia a políticas personalistas, con lo que se provocaba o la parálisis o un gasto público desmesurado.

El tandem Aznar-Rato ha funcionado porque estaba clara la jerarquía y porque el máximo responsable político ha apoyado e impulsado al máximo responsable económico que, por otra parte, contaba en su equipo más inmediato con Cristóbal Montoro, un hombre de Aznar. En estos años, hemos vuelto a aprender que sin una economía saneada no se puede hacer política y que, por el contrario, cuando el empleo y el déficit no son las primeras preocupaciones, se pueden encarar los problemas de fondo de la nación.

Mariano Rajoy necesita mandar en la economía, y necesitará un fiel segundo –y mejor si no es candidato a sucederle– en quien confiar, para poder enfrentarse a los problemas de fondo de España: los nacionalismos separatistas y las incoherencias de una izquierda sin principios.

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