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Alicia Delibes

Revel y la enseñanza francesa

Jean-François Revel en su último libro, La obsesión antiamericana, trata dos asuntos relacionados con la enseñanza francesa, la violencia juvenil y la educación de los inmigrantes, que para el lector español pueden resultar de gran interés no sólo porque lo que sucede en el mundo de la educación francesa acaba, antes o después, por llegar a España sino también porque se trata de dos problemas que empiezan ya ser preocupantes en nuestro país.

En Francia, dice Revel, la izquierda se había negado sistemáticamente a admitir que existiera un problema de inseguridad ciudadana y, cuando al fin decidió darse por enterada, lo que hizo fue proponer infinidad de planes preventivos que, en realidad, no previnieron nada. Me atrevería a decir que en España ocurre algo muy parecido. Los casos menores de violencia en los colegios se ocultan celosamente. Cuando en un instituto un profesor es insultado, dos pandillas rivales se pegan en el patio o aparecen pinchadas las ruedas de los coches de un profesor, la dirección del centro suele actuar de la forma más cómoda posible, esto es: hacer como si nada hubiera ocurrido y disfrazar su pasividad de una enorme comprensión hacia la difícil edad que atraviesan los muchachos.

La violencia, escribe Revel en su libro, fue creciendo en los institutos de secundaria ante el silencio de las Administraciones, que preferían “relativizarla”; y, cuando se quisieron dar cuenta, ya se había extendido a los centros de primera enseñanza. Cuenta el escritor francés que, en noviembre de 2001, dos chavales de 8 años molieron a palos y abofetearon a sus maestras en el XX distrito de París y, en nombre de “una sana moral solidaria, ciudadana y convivencial”, se echó tierra sobre el asunto y se consiguió que nadie presentara denuncia alguna.

Para el escritor francés, el origen de esta situación está en los principios pedagógicos que los “sesentayochistas” llevaron a las escuelas: “Unos totalitarios virtuosos hicieron prohibir a partir de 1970 dos ‘abusos’ para ellos insoportables: la enseñanza y la disciplina. (…) Nuestros colegiales, adoctrinados por maestros de civismo de esa laya, carecen ya de razón para entender que infringen la ley cuando rompen una silla en la cabeza de unos de sus condiscípulos, chantajean a otros o plantan un cuchillo en la garganta de uno de sus profesores.”

En Francia, la violencia ha salido hace tiempo de las aulas y se ha convertido en violencia callejera. Existen barrios donde las peleas y reyertas son continuas y la policía, igual que los profesores en los institutos, si el asunto no llega a mayores, deja hacer porque tiene demasiado miedo a intervenir. Esta violencia que nació en los centros de enseñanza y que ya ha salido a las calles tiene mucho que ver con el fracaso, reconocido por gran parte de la sociedad francesa, de la integración de los hijos de los inmigrantes. Hijos de inmigrantes musulmanes que han sido educados en colegios e institutos franceses y que, en lugar de sentirse agradecidos al país que proporcionó a sus padres la posibilidad de mejorar sus condiciones de vida, han cultivado un odio hacia la dulce Francia que la ingenuidad de nuestros vecinos no llega comprender.

Piensa Revel que el trato de favor otorgado por Francia a la comunidad musulmana, en lugar de ayudar a su integración, ha alimentado en los hijos de los inmigrantes un odio sin límites hacia los demás franceses a los que se niegan a llamar compatriotas. Y que ese odio es, en gran medida, consecuencia de la ideología escolar que, “con el pretexto de la veneración identitaria y del igualitarismo pedagógico, ha impedido a los magrebíes no sólo el acceso a la cultura francesa sino también la conservación de la suya propia (salvo cuando se trata de aclamar a Osama Ben Laden o a Sadam Husein) (…) Al final, lo único que se ha conseguido es el desprecio total de las leyes de la República, el desconocimiento de la existencia del Estado de derecho y la marginación social absoluta”.

Se está diciendo en muchas partes que esto que está ocurriendo en Francia se debe a la imposibilidad de integración de individuos que profesan la religión musulmana. Pues bien, después de ver cómo están reaccionando nuestros pedagogos progresistas ante la llegada de hijos de inmigrantes a los colegios e institutos españoles, creo que Revel tiene toda la razón cuando echa también una gran parte de la culpa a las Administraciones educativas y a toda esa secta izquierdista de pedagogos que domina desde hace treinta años la educación francesa. Y es que si los hijos de los inmigrantes hubieran encontrado una escuela exigente, que de verdad instruyera, probablemente hubieran tenido la oportunidad de ascender socialmente y no hubieran alimentado ese rencor generalizado hacia sus otros compañeros de clase. Y, si en vez de encontrarse con un profesorado tan comprensivo con las “diferencias culturales” y tan temeroso de que se le pudiera tomar por racista se hubieran topado con unos maestros dispuestos a subsanar, ante todo, las deficiencias culturales e idiomáticas de los hijos de inmigrantes, quizás estos no hubieran fracasado en sus estudios y el vandalismo callejero hoy no sería un problema tan grave en Francia.

Creo que ni la violencia escolar ni el vandalismo callejero han alcanzado en España los niveles del país vecino, pero me atrevería yo a decir que no estamos muy lejos de llegar a una situación alarmante. Tampoco hay todavía aquí una segunda generación de inmigrantes, como en Francia, pero los dogmas pedagógicos que dominan en la educación recuerdan tanto a los que denuncia Revel que probablemente acaben dando el mismo peligroso fruto.


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