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Una de las razones por las que Aznar ha elegido de sucesor a Rajoy puede ser su falta de imagen. Rato y Mayor Oreja son personajes hechos, cuajados ante la opinión pública. De haber alcanzado el primer puesto, sin duda nos habrían dado muchas sorpresas. Pero todos teníamos ideas preconcebidas de ellos. De Mariano Rajoy, no. De un hombre que ha sido responsable del partido gobernante, que ha sido cinco veces ministro, que ha estado tan cerca del presidente y que por tanto ha estado expuesto constantemente a la luz pública, muy poca gente ha sido hasta ahora capaz de decir cosas nuevas.

Es una situación extraordinaria, casi tanto como el planteamiento y el desarrollo de la sucesión de Aznar. Y es una oportunidad única para su protagonista. Rajoy, con tan larga experiencia a sus espaldas, tiene la oportunidad de crear su imagen, o, lo que es lo mismo, de ir definiendo a su manera, a su estilo y con los ritmos que él considere oportuno, las líneas de su posición y de su futura acción de gobierno. No es pequeña cosa el que alguien que ha recibido el poder de una forma tan extraordinariamente personal, sea luego tan libre a la hora de fijar la idea que quiera transmitir de sí mismo.

Aún hay más paradojas en este proceso en el que la creación de la imagen de quien tiene serias posibilidades de gobernarnos de aquí a poco tiempo es noticia de por sí. Y es que las ideas y el personaje de Rajoy están saliendo a la luz pública de una forma original. Rajoy tuvo una magnífica oportunidad en la entrevista que le hicieron en TVE, la televisión pública. No estuvo mal, dijo cosas interesantes, estaba un poco nervioso y demostró cierta espontaneidad simpática. Pero despejó pocas cosas, más que nada porque la entrevista resultó aburrida y hoy nadie, y mucho menos un político, se puede permitir el lujo de aburrir. Fue una oportunidad desperdiciada.

Después de la entrevista con Federico Jiménez Losantos en la COPE sabemos muchas más cosas de Rajoy. Sabemos de su compromiso con la idea de la nación española y de su convicción de que la Constitución no está hecha para ser reformada. También hemos sabido que no va a variar la posición de España en la guerra contra el terrorismo, el nacional y el internacional, y que su apuesta por el europeismo y el atlantismo parece firme y clara. Sabemos además que da una importancia fundamental a la libertad (y es de suponer que a la iniciativa) individual.

Pero también hemos aprendido algo más: que Rajoy no es aburrido y que tiene cosas que decir si hay quien se las sabe preguntar. Eso es interesante de por sí, y lo es también por la forma en que lo hemos sabido, por una cadena privada y no por la pública. Aunque también es verdad que eso puede significar varias cosas.

Una, que cree en la espontaneidad de las fuerzas del mercado. Eso está bien. Y la otra, que le da igual la televisión pública. Esta última hipótesis no estaría mal si de ella pudiéramos deducir que la va a reducir al mínimo, o que la va a transformar en un instrumento pequeño y eficaz de política cultural. Pero también puede querer decir que no concede importancia a la forma en que se transmiten las ideas y las convicciones, y que no considera necesario explicar y razonar, es decir “vender” ante sus conciudadanos sus premisas y su acción. Esto puede ser peligroso. Entre otras cosas, porque resulta antipático. Es de suponer que Rajoy, y con él el nuevo PP, no caerá en la soberbia de creer que la política puede prescindir de las leyes del mercado.

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