Menú
Víctor Llano

Elizardo Sánchez: la penúltima patraña

La tiranía castrista ya no sabe que inventar para tratar de sembrar la duda y el odio entre sus víctimas. Hoy se han fijado en Elizardo Sánchez, mañana le tocará a Oswaldo Payá, o a cualquier otro. Si no los torturan en prisión, les hacen caer en una trampa en la que aparecen como traidores a la causa que defienden. Sin embargo, y, sin atrevernos a poner la mano en el fuego por nadie, no creemos que el líder de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional haya consentido en trabajar para sus verdugos. Le acusan de desvelar algo que de ningún modo podía conocer. Ni “el agente Juana”, ni “su hermana”, podían haber identificado a tres supuestos espías de la CIA que, según la Seguridad del Estado castrista, viajaron a Cuba.

Por una vez les ha faltado imaginación. Los agentes estadounidenses no son tan estúpidos como para sincerarse con un cubano al que en cualquier momento pueden torturar salvajemente para que cuente todo lo que pueda saber. Si los que acusan a Sánchez de trabajar para ellos han mentido en esto, ¿por qué no ha de ser todo mentira? Además, nos consta que no estaba “quemado”, que contaba con la confianza de la disidencia; tanto de la dentro de la Isla, como de la de fuera. ¿Por qué entonces se iba a desprender la tiranía de un agente que podía seguir utilizando? Tampoco han podido –después de tantos años de supuesta complicidad– aportar un solo documento en el que aparezca la firma de “Juana”. Sólo tienen un vídeo en el que una de sus muchas víctimas pretende aparentar una serenidad que estaba muy lejos de sentir. Eso es todo.

Es cierto que nunca hubiéramos querido ver a Elizardo Sánchez abrazándose con sus verdugos, que no era una pluma –como dijo en un principio– lo que recibía de manos de la policía de Castro, que tanta supuesta camaradería nos produce un profundo rechazo; sin embargo, mientras no aparezcan más pruebas que éstas y, estamos convencidos de que no aparecerán, creemos en su palabra. Todavía hay una diferencia entre él y los canallas que pretenden convertirlo en un cadáver insepulto. Por lo demás, Castro no necesita de espías que trabajen para él en la Isla-cárcel. ¿Qué necesidad tiene el Máximo Líder de probar las actividades de la disidencia? A sus jueces no les hace falta ningún tipo de indicio para condenar a muerte a quien él ordene.

Sus muchos agentes están fuera de Cuba –entre otros sitios en España– dividiendo a la disidencia, escribiendo en los periódicos y abrazándose con Eusebio Leal cuando pronuncia alguna conferencia en la Casa de América. Todavía recuerdo cómo casi me pegan cuando le pregunté a Leal por los presos de conciencia cubanos. En aquél salón del Palacio de Linares sí que se sentaron varios de los que trabajan para Esteban Dido; entre ellos, una millonaria editora de un periódico supuestamente disidente que recibe todo tipo de subvenciones y prebendas a cambio de engañar a sus lectores con el fin de que sus amigos jamás paguen por sus crímenes.

Si quisiéramos identificar a los que trabajan para el coma-andante y sus herederos nos bastaría con mirar a nuestro alrededor. De nada nos serviría leer El Granma, ni analizar un vídeo en el que se ve a un hombre acobardado que intenta mantener la calma y disimular su miedo. Sólo los que estén locos por justificar lo injustificable caerán en la penúltima trampa de la tiranía comunista. Y aunque siempre aparecen perros dispuestos a roer los huesos que les ofrece el Tiranosaurio, creemos que a los castristas les va a salir mal su última argucia. No van a conseguir que nos olvidemos de Martha Beatriz Roque, de Raúl Rivero, de Biscet y, de todos los que junto a ellos se mueren en las cárceles de Cuba. Lo de las cámaras ocultas les ha podido servir con García Márquez y con algún político español, pero inventándose a “Juana” no van a dividir a los activistas de los derechos humanos, ni tampoco sembrar más terror del que ya han sembrado.


En Internacional

    0
    comentarios