Resulta un tanto indignante para cualquier ciudadano que los políticos, a los que paga, le engañen. A veces lo hacen disimuladamente, manipulando datos, exponiendo medias verdades, adelantando interpretaciones a los hechos. Y, en ocasiones, mienten inteligentemente. En cualquier caso, de todos modos, es impresentable, aunque aquí estemos todavía lejos de la cultura democrática de otros países en los que la mentira del político es el fin de su carrera.
Pero, además de indignantes, hay mentiras que resultan un escarnio y que son difíciles de aceptar sin levantar la voz, sin una cuota de lo que la oposición llama ahora “crispación”. Bienvenida la crispación, me parece, si no se está dispuesto a aceptar que los dirigentes del PSOE, para disimular la frustración de la situación de la Federación Socialista Madrileña, repitan una y otra vez que Rafael Simancas ganó las elecciones el pasado mes de mayo.
Las perdió, sin embargo, y fue el PP el partido más votado. ¿Qué significado puede tener, ante la evidencia de los números, la insistencia en la mentira? Me temo que va más allá de una tramposa terapia socialista para acallar sus males. La caradura con que se miente, una y otra vez, parece más bien otro signo del viejo empeño por manifestar que el único adecuado resultado de unas elecciones es que ganen ellos. Si no es así, hay trampas, cheques, ignorancia causada por manipulaciones.
Comprendo la crispación de sus adversarios.
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