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Víctor Gago

El cheque del nacionalismo

Coalición Canaria cotiza en 180 millones de euros su escolta al PP, hasta las Generales y más allá. La tarifa plana de sus cuatro escaños incluye recientes servicios, como el desmarque de los planes de PNV, CiU y PSOE para rebasar la Constitución y lo estatutos, o el respaldo al Gobierno en la postguerra de Irak. Y premia con un bonus de libre disposición para apoyar la Ley de Presupuestos y lo que se ofrezca, de aquí al final de la legislatura. José Carlos Mauricio y Paulino Rivero entregaron la minuta en mano a Cristóbal Montoro. Esta semana se sentarán con Mariano Rajoy y Javier Arenas para negociar el descuento. Considerando que el PP es, más que un socio, la razón de ser de CC como empresa de poder, y teniendo en cuenta el persuasivo hecho de que los populares siempre pagan al contado y no hacen preguntas sobre el uso del dinero, los recaudadores del insularismo perista acabarán aceptando un cheque de entre 130 y 150 millones de euros en el proyecto de Presupuestos del Gobierno.

Ninguna opinión y ningún voto de CC son gratis, jamás. Antes de las últimas Elecciones autonómicas, sus líderes se manifestaban en las ciudades de la región, encapotados en banderas de Irak y detrás de pancartas en las que podía leerse: "Aznar, asesino". En cuanto a su patriotismo constitucionalista, es la misma CC que en 1998 suspiraba por entrar en el club de la Declaración de Barcelona, o la que llama "godos" a los peninsulares que residen en las Islas y postula su expulsión o, al menos, la penalización de su llegada. De hecho, su apoyo al Gobierno frente al desafío separatista es notoriamente contradictorio, como sólo pueden serlo los mensajes de un partido que sobrevive instalado en la indefinición oportunista. Por un lado, censura por "electoralistas" las propuestas de ruptura territorial de España y las descarta de su programa para Canarias. Por otro, insiste en reclamar nuevas competencias de autogobierno, en materias como aguas interiores, tráfico aéreo o representación directa ante la UE, algunas de las cuales exigirían significativas reformas de las cartas constitucional y estatutaria.

Supervivientes de diversos naufragios, desde el PCE a la UCD o el CDS, los dirigentes de CC han olvidado cómo se hace política por principios, si es que alguna vez lo supieron. Hasta en los programas de PNV y CiU es posible identificar ciertos principios, por mucho que repugnen a la razón, la libertad y el derecho. El insularismo canario es una copia pirateada de la máquina de poder de los regionalismos vasco y catalán, pero sin su tradición ideológica, ni sus nutrientes lingüísticos y culturales, toda esa mitología etnocéntrica que les da un barniz de legitimidad. Es útil al PP y sirve a su estrategia de Estado porque representa una versión deslegitimada del nacionalismo, su desnuda pureza: poder para perpetuarse, dinero para enriquecerse. Por eso, los detractores más furibundos de CC son, precisamente, PNV y CiU. Pregúntese a Anasagasti o Trías qué opinan del parlamentarismo de Mauricio y Rivero. Repárese en la indiscreta expresión de asco del primero, cada vez que el portavoz canario rinde adulación a Aznar desde la tribuna del Congreso. CC es al nacionalismo lo que el top manta a la Sociedad de Autores: el reverso buscavidas e indocumentado de su legitimidad coactiva.

Quizá esta generación de españoles de las Islas (y particularmente, el 70 por ciento de electores que no vota a CC), rehén de un nacionalismo de pícaros y padrinos al que el PP ha entregado el gobierno de la finca, esté prestando un involuntario servicio a la Nación, sin entender aún su auténtica dimensión histórica. Es probable que ese servicio consista, nada menos que en resignarse a salir a España y al mundo representados por la impostura. En su intento de denunciar el horror del nacionalismo inventándole una cara amable, el PP ha alentado una camada de freaks codiciosos que le cortejan como mascotas, a cambio de cheques cada vez más blancos y descontrolados. Desde hace diez años, su horror impone el atraso, el robo, el nepotismo, la vergüenza y la falta de libertad a toda una región. Pero quizá su grotesca comicidad salve a España de tomarse en serio la pesadilla de las utopías nacionalistas.


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