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No tengo dudas de que a muchos de los millones de detractores de Microsoft les alegró en su día la noticia de que había perdido un juicio por infringir las patentes de la diminuta compañía Eolas, lo que le obligaba a pagar 521 millones de dólares. El caso lo tiene todo: una gran multinacional perversa con muchos dólares en el bolsillo y una pequeña compañía a la que ha despojado de sus derechos y que es finalmente recompensada por la justicia. Todo perfecto, ¿no? Pues no.

La patente en cuestión es una patente de software, lo que significa que no es una patente que proteja una invención sino una idea. Y la idea era tan simple como pensar en que un navegador pudiera emplear programas externos para realizar ciertas tareas. Por ejemplo, leer un PDF o ver una animación Flash. Esto lleva haciéndose casi desde que empezaron a venderse navegadores, primero Netscape y sus plugins y más tarde Microsoft y sus controles ActiveX. Eolas no es una compañía esforzada y emprendedora; no desarrolla productos, tan sólo consigue patentes, tan tontas todas como la que les ha llenado los bolsillos.

Eolas ha argumentado que sólo pretende demandar a Microsoft y dejar a los demás en paz, pero cualquier navegador corre el mismo peligro de tener que eliminar una de sus características esenciales. Algunos paranoicos han llegado a pensar que Microsoft habría perdido el caso a propósito para poder sacar un Explorer que sólo funcione con tecnologías Microsoft. Sin embargo, no tiene mucho sentido, pues la eliminación del sistema de plugins en el navegador de Microsoft resultaría en una incorrecta visualización de tantos millones de páginas que usan Flash y PDF. Y sería así hasta la aparición de su próximo sistema operativo, que no se espera hasta finales del 2005, en el que el navegador está finalmente tan incorporado al Windows que se podría considerar fuera de la patente. Demasiado tiempo.

Aún considerando la propiedad intelectual un concepto aceptable y razonablemente equivalente al de la propiedad de bienes tangibles, cabe preguntarse si toda ocurrencia es digna de protección legal. Las patentes se justifican como un incentivo que permite que más cerebros se dediquen a investigar y crear. Pero un campo como el del software ya tiene incentivos suficientes sin necesidad de protección extra. ¿Por qué entonces las patentes?

Daniel Rodríguez Herrera es editor de Programación en castellano.


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