Ya no se emplea este cultismo para indicar las incongruencias múltiples en la forma de hablar. En griego el akólutos era el “compañero de viaje”, lo que en ruso es sputnik. Así que el anacoluto es la ruptura de la lógica del acompañamiento con que formamos las frases. La falta de concordancia entre el sujeto y el verbo o entre el artículo y el nombre serían formas insufribles de anacolutos. Más propiamente, el anacoluto sería esa forma coloquial de hablar en que se empiezan las frases y no se terminan. Precisamente, en el habla coloquial se toleran muchas formas de anacoluto; tienen incluso cierta gracia. El problema está en que ese hablar entrecortado, inconsecuente, se traslade al lenguaje de los medios de comunicación, a las declaraciones de los hombres públicos. Por desgracia, el anacoluto público es cada vez más frecuente. Todo el que habla por la radio está tentado de muchas vacilaciones del anacoluto. Pero a los hombres públicos (incluyendo las mujeres públicas, claro está, en su acepción no afrentosa) habría que exigirles un poco más de congruencia. Por favor, termínense las frases. Cantinflas tenía gracia, pero nadie más. Hay que buscar la gracia por otro lado. Que no tengamos que escuchar discursos así: “Decir que Naciones Unidas… bueno, la comunidad internacional piden más esfuerzos extraordinario… ejem, desplegar unas efectivos dependiente de Naciones Unidas”, etc.
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