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GEES

Erre que erre

Con la constancia de un iluminado, el presidente francés, Jacques Chirac, prosigue con el giro estratégico iniciado a fines del 2002. En coherencia con la visión gaullista sobre el papel de Francia en el mundo, trata de soltar las amarras que durante décadas han mantenido unidos a Estados Unidos y a Europa. En los años de la Guerra Fría, Francia escenificó su disgusto con el liderazgo norteamericano, pero se mantuvo unida al rebaño ante el riesgo objetivo que el oso soviético planteaba. Pero desaparecida la Unión Soviética y con una Rusia amiga, ¿qué necesidad hay de soportar el humillante protagonismo de Estados Unidos?

Para la Francia de Chirac, Irak ha sido la excusa, no el argumento, para plantear la crisis. Se daban circunstancias únicas que no podían desaprovecharse: un gobierno alemán débil, comprometido con sus votantes a una política antihegemónica y contraria al uso de la fuerza; una Rusia humillada por el resultado de la Guerra Fría y por el intervencionismo de Washington en su área tradicional de influencia, poniendo en peligro importantísimos contratos vinculados al levantamiento de las sanciones; y una China amenazada por Estados Unidos y dispuesta a sumarse a las acciones de contención de la hiperpotencia.

Chirac sabía lo que hacía y ahora se mantiene fiel a su objetivo. No va a colaborar en la aprobación de una nueva resolución en Naciones Unidas que facilite la llegada de nuevas tropas a Irak. Por lo menos, no lo hará mientras sienta que cuenta con el apoyo de Alemania. Francia no hubiera lanzado este jaque sin el apoyo de Berlín. Pero Schroeder no es de fiar y Chirac lo sabe y le teme. La entrevista concedida por el canciller alemán al diario The Wall Street Journal o el artículo publicado en el rotativo The New York Times apuntan a un acercamiento germano-americano, pero tampoco aquí hay que fiarse de Schroeder.

Chirac desea que Estados Unidos se empantane en Irak para domar su soberbia imperial y controlarlo más fácilmente desde el Consejo de Seguridad de la ONU. Por eso no tiene inconveniente en llamar "resistentes" a los miembros del núcleo baasista, legitimando así sus acciones. Sabe que una mayoría de los europeos hubiera deseado que la guerra no se declarara y confía en que los problemas de la reconstrucción minen el prestigio de Washington y faciliten la imposición de un liderazgo francés en el Viejo Continente. La cumbre entre Alemania, Francia y el Reino Unido responde a esta filosofía. No pueden ignorar al Reino Unido, pero le niegan a Aznar un puesto en la mesa. Es su respuesta a aquella carta de los ocho, que tanto dolió en París y en Berlín, y es una forma de presión a los que llegan después, confiando en que su pragmatismo les haga reconsiderar las firmes posiciones mantenidas por España hasta la fecha.

Mientras tanto, el "club de los chocolateros" (Francia, Alemania, Bélgica y Luxemburgo) avanza en su plan de establecer un Cuartel General europeo. Un paso que tendrá escasas consecuencias militares, pero ¡qué más da! No están interesados en que Europa tenga una fuerza militar que pueda actuar en la Guerra contra el Terrorismo, sino en desmontar la Alianza Atlántica, el vínculo institucional entre las dos orillas. Ni Francia ni Alemania se sienten amenazadas, creen que pueden seguir haciendo buenos negocios con dictaduras de toda condición. Chirac actúa con la pasión y la confusión de ideas propias de un nacionalista francés. Como buen aprendiz de brujo, carece del sentido de la realidad del maestro. No es Richelieu, y por dañar a Estados Unidos hace el juego a quienes son una amenaza para el mundo. Al final se quemará, y será en su propia casa.

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