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Buscan vida en Marte y creo que la encontrarán. Pues, ¿dónde sino en Marte vive toda esa gente que dice que el mundo se ha vuelto más inseguro desde el 11-S, y, en especial, desde la guerra en Irak? Estos marcianos son como los terrícolas, que creen que la enfermedad empieza cuando la descubre el médico y que estarán a salvo mientras el mal se desconozca y no tenga nombre.

Desde su planeta rojo, los marcianos hubieran podido ver una serie de sucesos violentos y terribles llevados a cabo en nombre de la religión islámica, como la revolución iraní, que reinventó el martirologio, la guerra en Argelia, los atentados en Egipto, regímenes de terror como el de Afganistán, los atentados en Occidente, en Francia, por ejemplo, y el primer ataque contra las Torres Gemelas. Y, por supuesto, el terrorismo de cuño islámico contra Israel. Y la orden de asesinar al escritor Salman Rushdie, de 1989.

Todo estaba ahí, escrito, no sólo en los hechos, sino también en los discursos. Los terrícolas no sacamos las debidas conclusiones; los marcianos ni se enteraron. Acaban de apuntar sus telescopios sobre el planeta y están sorprendidos y horrorizados, como si el terrorismo en Irak, en Casablanca, en Riyad, en Bali, no tuviera sus raíces, sus motivaciones y su dinero desde hace mucho tiempo. Todo ese tiempo en el cual los islamistas dijeron lo que estaban dispuestos a hacer y ofrecieron pruebas de ello, pero no nos lo creímos del todo. Exactamente igual que con un tal Adolf Hitler

Pero a mí los marcianos que más me incomodan son los que dicen que han vivido en España en el último año. Eso sí que es imposible. Yo he vivido en un país donde mi ayuntamiento estaba presidido por enormes pancartas con consignas políticas, lo mismo que la biblioteca y cualquier palacete y covachuela supuestamente públicos. Y muchos escaparates y ventanas y balcones, pues viví en un país que parecía todo él uno de esos pueblecitos vascos dominados por la propaganda de los proetarras, como el Teherán de los ayatolás, como el Berlín de los nazis, como el Moscú de Stalin.

Viví en un país en el que ibas al centro de salud y te lo encontrabas empapelado de consignas, cuya visión, si por un casual eras jupiterino o uraniano y discrepabas, te ponía más enfermo de lo que estabas. Y donde si pisabas un colegio, un instituto o una universidad te transportaban a la Revolución Cultural. Sólo faltaban las ejecuciones. Porque linchamientos hubo. Un país en el que un partido legal pasó sus sedes a la clandestinidad después de que le destrozaran varios cientos de ellas y agredieran a sus militantes. Un país en el que la gente que no era marciana se hallaba tan intimidada que, en las encuestas, no se atrevía a decir lo que iba a votar en las elecciones.

Pero los del planeta rojo no han visto nada de eso. Sólo vieron personas decentes ejerciendo su derecho de manifestación, partidos haciendo oposición, el habitual toma y daca de la democracia. No olieron el tufo a coacción, a imposición, a régimen totalitario que se desprendía del frenesí propagandístico y movilizador. Como mucho, vieron a unas minorías violentas, pero en Marte éstas salen de la nada y no actúan con descaro porque se sientan respaldadas. Cosas del planeta.

Julio Camba escribió en los años treinta un artículo para contestar a unas imputaciones que le habían hecho en El Socialista. En él, les confirmaba a los del PSOE que vivía, en efecto, de sus artículos, pero que le pagaban igual por escribir de los socialistas que por escribir de los marcianos. Sólo que, decía, le molestaban más los marxistas que los marcianos. A mí me molestan más los marcianos, pero es que si se mira bien resulta que son los antiguos marxistas, y los autostopistas que recogen aquí y allá en su astronave.


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