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Germán Yanke

De Constitución, nada

Siento discrepar de mi amigo y admirado Carlos María de Urquijo. Le entiendo, claro, y comparto todas y cada una de sus preocupaciones, pero lo que Ibarretxe presentó el viernes en el Parlamento Vasco no tiene nada de Constitución. Ibarretxe podría haber optado por inventarse un país, pretenderlo independiente y dotarlo, en su imaginación, de una Constitución. Sería una locura, un absurdo, una ruina, un factor de desestabilización, un imposible en la España y Europa actuales. Pero no ha sido eso lo que ha expuesto ante los parlamentarios vascos.

Una Constitución es un texto que garantiza los derechos de los ciudadanos ante el poder del Estado y establece que la homogeneidad jurídica son precisamente aquellos, los ciudadanos y sus derechos. Una Constitución es un texto que formaliza las reglas del juego para asegurar el imperio de la ley, la seguridad jurídica y las libertades individuales. Una Constitución determina límites a los poderes públicos y establece la división de éstos. Si no es así, no es una Constitución, es una burla totalitaria.

Lo que ha expuesto Ibarrtexe es la senda de la secesión, pero para llegar al totalitarismo. De la mano, además, de los terroristas, que deberán apoyar este descalabro tanto del sentido común como de la dignidad política. Ni se reconocen ni se garantizan los derechos individuales, sino una suerte de integración premoderna y antidemocrática basada en una comunidad nacionalista. Ni se formalizan reglas del juego, porque todo el proyecto está basado en la fuerza arbitraria del nacionalismo que controla los resortes del poder en la Comunidad Autónoma. La libertad no es un derecho de los individuos –ya se sabe que la tradición del PNV es terminar con ella con la velocidad que les dejen– sino, en esta falsificación vergonzosa, la posibilidad de que los nacionalistas puedan hacer lo que les plazca, como muy bien demuestra la majadera alusión a la lucha antiterrorista. Ni hay un atisbo de división de poderes, sino el empeño, vía particularismo, de controlarlos todos.

Tiene razón Carlos María de Urquijo en escandalizarse y rebelarse desde su sufrido escaño del Parlamento Vasco contra este proyecto calcado de las pretensiones nazis. Pero no es una Constitución, por extravagante que fuera, lo que defiende Ibarretxe, sino su contrario: el totalitarismo y el poder sin límites de los suyos.


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