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Que la virtud no siempre tiene recompensa y que los mangantes se salen a menudo con la suya es una realidad constatable que suele tener efectos deletéreos en la vida pública. Comprobado que la ética no es negocio, el político puede pegarse como una calcomanía al discurso ambiental o “políticamente correcto” y decirse: “¿Dónde va Vicente? Donde va la gente”. Sin embargo, pocos políticos importantes han dejado de enfrentarse a una opinión extendida o a una superstición instalada. El desgaste es tan aparentemente inútil y la incomprensión tan desmoralizadora que tal vez por eso escasean los políticos importantes. Pero los que aspiran a dejar huella deben afrontar esa soledad de quien sabe que tiene razón y comprueba una y otra vez que no se la quieren dar. Menos mal que Aznar en su visita a Berlín no se ha aplicado el refrán acomodaticio “Adonde fueres, haz lo que vieres”. No hay más que ver Alemania para comprobar que la imitación, la inteligencia del simio, puede ser una ruina moral y material.

Aznar se ha quedado solo defendiendo el Plan de Estabilidad, la actuación de los aliados en Irak y el Tratado de Niza. Ha dicho que la única discrepancia con Schroeder está en esto último, pero evidentemente no es cierto. Que lo diga y que negocie lo que pueda para salvar un compromiso muy favorable a España es su obligación. Más grave sería que se abonara a la miserable demagogia antiamericana de Francia y Alemania o a la proclamación del Déficit como institución consorte de la Diosa Razón, siniestro designio para el que Chirac y Schroeder han reclutado a ese legionario de la nada llamado Romano Prodi. La corrupción corrompe (¡a un italiano se lo van a contar!) pero cambiar el discurso fundacional de la UE en materia económica diciendo exactamente lo contrario de lo pactado ayer y de lo que hoy y siempre será verdad: que no se debe gastar lo que no se tiene, es algo más que corrupción. Es comprometer el futuro de trescientos millones para no estorbar los trapicheos de tres sinvergüenzas, que además llevan a sus países por la senda del paro y los derroteros de la ruina. Ni Sade llegó a imaginar semejantes infortunios de la virtud y tan afrentosas prosperidades del vicio.

Pero, total, por seis meses, no va a estropear Aznar una línea política de ocho años que resulta casi ejemplar si se la mide y decididamente milagrosa si se la compara. Tiene razón y –en economía al menos, que negocia ideas mensurables– los números lo avalan. Que en Berlín o en París proclamen Los Trileros del Rin que el déficit crea empleo o, ya puestos, que el Sol gira alrededor de la Tierra. Aznar puede decir para su bigote: “eppur si muove...”, y es verdad. Puestos a elegir refrán, mejor solo que mal acompañado.

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