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Francisco Cabrillo

Jevons almacena papel

Cuando se habla de la “revolución marginalista”, que cambió sustancialmente la forma de hacer teoría económica en el último tercio del siglo XIX, se mencionan siempre los nombres de sus tres primeros protagonistas: Carl Menger, Leon Walras y William Stanley Jevons, quien constituye nuestro personaje de hoy. La vida de Jevons estuvo llena de vicisitudes de todo tipo y se aleja mucho, desde luego, de la de un economista convencional de nuestros días. Nacido en 1835 en Liverpool, en una familia acomodada, vivió como un niño la pérdida de su madre y el hundimiento del negocio familiar. Tras estudiar química, fue analista de metales en Australia; y sólo a su regreso del hemisferio Sur, pudo terminar su carrera. Pronto se abrió camino en el mundo intelectual inglés de su época como lógico y economista; y en 1871 publicó su obra más importante, la Teoría de la economía política, en la que presentó una teoría del valor que rompía con la tradición clásica, que consideraba que el valor de una mercancía venía determinado por su coste de producción, para ligarlo directamente a la utilidad que el uso de tal mercancía origina. Su libro abrió también el camino a la utilización del cálculo diferencial en economía, marcando así una línea de desarrollo que, en muchos sentidos, llega hasta nuestros días.

Al margen de su gran aportación al análisis económico, Jevons analizó muchos otros temas en sus numerosos trabajos de investigación. En concreto dedicó uno de sus libros al problema de la energía, que para muchos estudiosos del pensamiento económico constituye un claro precedente de algunas de las ideas actuales sobre el desarrollo sostenible y la desaparición de las reservas energéticas. La preocupación de Jevons era el posible agotamiento de las reservas de carbón de Gran Bretaña, que, en su opinión, crearía serios problemas al desarrollo industrial del país. No había sido él, ciertamente, el primero que había dado publicidad a esta cuestión, que había sido ya discutida incluso en el parlamento de Westminster a comienzos de la década de 1860. Pero la publicación de La cuestión del carbón el año 1865 lo convirtió en un personaje muy conocido en el país. “Sin duda, no es una de las mejoras obras de Jevons” escribió Keynes en relación con este libro. Las predicciones que en él se presentaron estaban profundamente equivocadas. Y, como tantas veces ha sucedido –y sigue sucediendo hoy– con estudios pesimistas sobre el futuro económico, tampoco fue Jevons en este caso capaz de darse cuenta de que el carbón podría ser sustituido por otras fuentes de energía, en un marco de desarrollo tecnológico acelerado, como era el de la Inglaterra victoriana, y como es –en grado aún mayor– el de nuestro mundo actual.

Y no era el carbón la única mercancía que, en su opinión, planteaba problema de suministro a largo plazo. Estaba convencido también de que los bosques serían destruidos por la creciente demanda de madera . Y esto significaba, entre otras cosas, que el papel se convertiría en un producto muy escaso y que su precio, por tanto, subiría en forma sustancial. Como en el caso del carbón, Jevons no fue profeta. Pero nadie puede negar que fue una persona totalmente coherente con sus ideas. Se cuenta que el matemático y astrónomo Gerolamo Cardano predijo el día de su fallecimiento, tras observar detenidamente los astros. Llegada la fecha, y dado que la muerte no acababa de venir a visitarlo, Cardano, en una muestra de honradez profesional realmente notable, se suicidó. Corría el año 1576. Tres siglos más tarde, Jevons fue fiel también a su propia teoría económica y la llevó a la práctica. Los resultados fueron bastante negativos; pero mucho menos trágicos, desde luego, que los que sufrió el matemático italiano. Antes de que llegara la temida subida del precio, compró grandes cantidades de papel, que almacenó en el sótano de su casa. Los precios nunca llegaron, ciertamente, al nivel que él había imaginado. Pero el aspecto positivo de la experiencia fue que nunca más volvería a faltar papel en su casa. Sabemos incluso que, muchos años más tarde, sus nietos seguían utilizando el papel que, en su día, había comprado el abuelito previsor.


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