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Juan Manuel Rodríguez

El gabinete del doctor Conte

El escándalo de la tetrahidrogestrinona (THG), el esteroide de diseño descubierto en Estados Unidos después de la denuncia anónima efectuada por un entrenador, dejará en mantillas al atleta canadiense Ben Johnson, tuerto en el país de los ciegos y, por lo que puede apreciarse ahora, más bien torpe dentro de un mundillo de tramposos profesionales. A Johnson le pillaron in fraganti en los Juegos de Seúl donde realizó una marca de 9,79 en los cien metros lisos y, después de haber cumplido su oportuna sanción, de nuevo otra vez en los años 90. Paula Radcliffe escribía el otro día en "The Daily Telegraph" que todo esto le vendrá bien al deporte mundial porque los mentirosos quedarán a la intemperie. Es posible que tenga razón.
 
El goteo de deportistas que ingirieron este esteroide anabolizante sintético se ha convertido en un lento peregrinaje por el escarnio público. Kevin Toth, Regina Jacobs, Dwain Chambers y, hace escasas horas, el martillista John Mc Ewen. Esto no es un positivo aislado. Terry Madden, director ejecutivo de la agencia antidopaje de Estados Unidos (USADA), habla claramente de una "conspiración que implica a farmacéuticos, entrenadores y ciertos atletas". Es cierto. El FBI podría haber citado ya a cuarenta deportistas de élite entre los que se encuentran Tim Montgomery -plusmarquista mundial de los 100 metros-, Marion Jones -campeona olímpica de los 100 y 200 metros en Sydney-, Barry Bonds (San Francisco Giants) y Jason Giambi (New York Yankees). La Federación Internacional de Atletismo ha reaccionado inmediatamente asegurando que repetirá 400 análisis de deportistas que participaron en el Mundial de París, mientras que la NFL, la NBA y los responsables del Mundial de rugby han dicho que seguirán idéntica línea de actuación.
 
La tetrahidrogestrinona está especialmente diseñada para eludir los controles habituales. Este esteroide estimula la potencia muscular e incrementa la fuerza. ¿Qué lo convierte en diferente al resto? El efecto puede durar varios meses pero sólo se puede detectar en el plazo de una semana desde su ingestión. Y aquí llegamos hasta Victor Conte, ex bajista de varias bandas de jazz y soul durante los años setenta y dueño de Bay Area Laboratory Co-operative (BALCO), la empresa que introdujo en el mercado negro la famosa THG. Conte se defiende de los ataques de la USADA pero todos los caminos conducen directamente hacia él. Por ejemplo: entre sus clientes se encuentran Marion Jones y Tim Montgomery. El entrenador de ambos es el canadiense Charlie Francis. ¿Saben quién entrenaba a Ben Johnson en 1988?... Eso es, Charlie Francis. Otra: Dwain Chambers entrena bajo las órdenes de Remi Korchemny, un emigrante ucraniano que fue técnico del campeón olímpico de 100 y 200 metros en Munich'72 Valery Borzov. ¿Saben con quién está estrechamente relacionado Korchemny desde hace mucho tiempo?... Eso es, con Victor Conte.
 
Se trata de un gran engaño, una enorme estafa, la peor de las mentiras. Madden da en el clavo cuando habla de fraude a los "atletas limpios" y, sobre todo, al público que paga por ver a sus ídolos en acción. Pero son ídolos con los pies sintéticos, igual que la tetrahidrogestrinona que consumen para llegar más lejos, más alto, más rápido. A diferencia de los hipnotizados por el doctor Caligari, Victor Conte tenía un gabinete de atletas profesionales que sabían perfectamente lo que hacían. Nos engañaban a todos. Se engañaban a sí mismos.
 

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