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Cristina Losada

La debilidad de los virtuosos

La idea de que con la intervención en Irak hemos pasado de guatemala a guatepeor, ha hecho fortuna. La retirada del personal de la ONU y otras organizaciones humanitarias ha alimentado de nuevo la tesis: si el CICR, que soportó en Bagdad las tres guerras de Sadam, toma las de Villadiego, la situación es desesperada. Cuando lo que revela la espantada humanitaria es la incapacidad o la negativa de esas organizaciones a afrontar el tipo de guerra que se declaró abiertamente el 11 de septiembre de 2001. Que es la guerra desatada por los terroristas, cuya primera regla es que no hay reglas. El terrorista no respeta las convenciones clásicas, y las organizaciones humanitarias, o bien se preparan para ello o ponen en peligro de muerte a sus colaboradores. O se largan, que es lo que han hecho de momento.
 
Desde que cayó el régimen de Sadam y se hicieron cargo las fuerzas aliadas, el grueso de los medios nos ha ido presentando un panorama cada vez más difícil de empeorar. Los saqueos y el desorden, la falta de electricidad y otros servicios, y, finalmente, el terrorismo, han marcado las fases de la agonía del enfermo. Por lo visto, nada mejora, los iraquíes están mucho peor que bajo Sadam y nosotros hemos metido el pie en el avispero. Dos ilustres periodistas lo sintetizaban así estos días: “hay un problema de terrorismo donde no lo había”, (Isabel San Sebastián, en Telecinco); “no existía en Irak un problema de la gravedad que tenemos ahora” (el director de El Mundo, Pedro J. Ramírez, en La Mañana).
 
¿Es eso cierto? No voy a enumerar las certezas que se tenían sobre el apoyo de Irak a grupos terroristas, ni las sospechas fundamentadas de que poseía o podía fabricar armas de destrucción masiva, ni el temor a una alianza entre Sadam y Al Qaeda. Que estaba incumpliendo las condiciones de un alto al fuego y burlando a las Naciones Unidas era evidente. Que teníamos en Irak un problema grave y un problema de terrorismo, también. Que se pudiera resolver sin acabar con el régimen parece improbable. Y los partidarios de tal contención tampoco hubieran podido garantizar que el proceso se saldara sin coste alguno en vidas y destrucción.
 
Pero lo que no es hipotético ni está sujeto a interpretaciones, es que los iraquíes tenían un problema tremendo: una suma de horrores cuyo resultado final son cientos de miles de muertos y desaparecidos, millones de exiliados, cientos de miles de desplazados y miles de torturados y heridos. Aparte de la miseria. Cierto que no había en Irak terrorismo en el sentido habitual: el terror lo ejercía el régimen. En 1995, el Comisionado de la ONU para los DDHH dijo que la situación de los derechos humanos bajo Sadam era la peor desde la II Guerra Mundial: desde la Alemania nazi y la URSS stalinista.
 
Voy a hacer una comparación que puede parecer macabra, pero que ofrece una medida objetiva del horror de antes y el horror de ahora. La oposición iraquí calcula que los diversos holocaustos del régimen baasista causaron un millón de muertos. Sumando los datos disponibles en informes recientes, el número de víctimas rondaría las setecientas mil. Si aceptamos esa cifra, obtendríamos una media de 31.250 muertos al año durante los 24 años comprendidos entre 1978, que es cuando se tiene constancia del primer exterminio masivo (el de los comunistas: siete mil), y 2002. Eso significa que bajo Sadam, el promedio de asesinados era de 600 por semana. Pues bien, en las once semanas entre el 7 de agosto y el 29 de octubre de este año, los atentados terroristas causaron la muerte de 193 personas, entre iraquíes y extranjeros, y excluidos los 116 soldados americanos muertos desde el 1 de mayo. En promedio, unos 17 no combatientes muertos por semana, frente a 600 cuando Sadam tenía el poder.
 
Los iraquíes no tienen hoy un problema más grave. Los americanos y sus aliados, tal vez: ahora recibimos también nosotros los coletazos de la tiranía moribunda. Y si no estamos dispuestos a pagar ese precio por nuestra propia seguridad y por la libertad de un pueblo, es que hemos olvidado todas las lecciones de la última gran guerra. Churchill escribió que entonces “la debilidad de los virtuosos contribuyó al fortalecimiento de los malvados”. Incluyo entre los virtuosos a los periodistas que cité, pero no todos los que comparten sus ideas lo son. Hay quienes desean que Irak sea una hecatombe para que muerdan el polvo los americanos y los que apoyaron la intervención. Eso es la rabia de los miserables.

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