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Federico Jiménez Losantos

El complejo de culpa del Pueblo Soberano

La sospechosa unanimidad con que los medios de comunicación han recibido una elección tan sorprendente como la de Leticia Ortiz como futura Reina de España, así como la rapidez con que la Zarzuela adelantó su aprobación a la boda sólo se explican por el complejo de culpa que, con respecto al Príncipe de Asturias, arrastra el llamado Pueblo Soberano, y en primer lugar el Soberano de verdad, Juan Carlos I, primer saboteador de su última intentona matrimonial con la modelo Eva Sannum. Pero en esa demolición de la elegida por don Felipe participó la opinión pública española con fruición implacable y con juicio inapelable: el No a la noruega fue aumentando conforme se iba conociendo más a la candidata, hasta alcanzar un 80% de rechazo en las encuestas, que es una cifra casi impensable contra lo que sin duda era una historia de amor. La Zarzuela hizo mucho para rematar la faena, pero el linchamiento fue realmente colectivo. Esa boda naufragó por oposición nacional e institucional. Y lo peor es que no era el primer naufragio.
 
La primera gran historia de amor del Príncipe, actualizada en la memoria de muchos por la penúltima, fue la de Isabel Sartorius, que en rigor fue la primera candidata a Princesa de Asturias y que reunía condiciones de formación y educación muy superiores a las de prácticamente todas las que la sucedieron en el erótico favor del heredero de la Corona. En ese caso se adujo la oposición de la Reina y como argumento esencial el de que era hija de padres divorciados y de familia amplia y poco manejable. Si se compara el factor divorcio en las candidaturas de Isabel y Leticia se verá hasta qué punto pudo ser injusta aquella cruel negativa a lo que, sin duda, hubiera sido también un matrimonio por amor. Pero es que la candidatura de Leticia viene tras las de Isabel y Eva. Y ya nadie ha tenido valor para decirle “no” al Príncipe por tercera vez. Ni en su casa ni en la calle.
 
Esto no quiere decir que en el caso de Leticia Ortiz no hay problemas objetivos e incluso subjetivos que en muchos aspectos superan a sus rechazadas predecesoras. Pero al Príncipe ya no se le podía decir más que no. O más exactamente: se le ha dicho tanto que no que ya no se le podía decir más que sí. Eso no significa que se considere una elección idónea, sino que ya no se quiere discutir. Se han impuesto el complejo de culpa y un cierto cansancio: “con quien sea –parece decirse- pero que por lo menos se case y a ver si el pobre es feliz”. Y resultó que, esta vez, Leticia estaba ahí.
 

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