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Un discurso histórico

Tras tres años de dudas y vaivenes entre las tendencias “realista” y “neoconservadora”, el presidente Bush ha zanjado la cuestión asumiendo plenamente el ideario de estos últimos. En el XX Aniversario de la fundación del National Endowment for Democracy, Bush ha leído el discurso más importante de su carrera política, presentando a la ciudadanía norteamericana los fundamentos doctrinales de su acción exterior. El ideario era conocido. Estaba presente en alguno de sus textos anteriores, así como en la Estrategia de Seguridad Nacional aprobada en Diciembre de 2002. Pero nunca como ahora se había expuesto con tanta nitidez, arrumbando los instintos realistas representados por Powell y Rumsfeld.
 
El triunfo de Wolfowitz no es sólo el de un pequeño grupo de analistas  surgidos de la ortodoxia de una escuela de pensamiento que nació en el campus de la Universidad de Chicago y fue calando, poco a poco, en el ámbito intelectual. Es también el de otros, como Condolezza Rice, que se han incorporado desde el “realismo” por evolución, al comprobar los límites de la política seguida hasta entonces. En el nuevo entorno estratégico una victoria no es tal a menos que sobre las ruinas se levante una democracia liberal. De otra forma, el ave fénix  del terrorismo o de las dictaduras de todo signo renacerá, planteando nuevos retos a la seguridad occidental. La perspectiva de futuras guerras en Afganistán o Irak, después de los sacrificios realizados, ha llevado a muchos analistas a converger con los discípulos de Kristol en la necesidad de realizar un nuevo compromiso con la difusión de la democracia.
 
Citando profusamente a Ronald Reagan e ignorando la obra política de su padre, George W. Bush se ha dirigido a los norteamericanos para comunicarles que, si le reeligen, EEUU actuará en todo el planeta en contra del terrorismo internacional y de la proliferación de armas de destrucción masiva y en favor del establecimiento del credo liberal, que no es un conjunto de ideas relativas a una civilización, sino de valores universales.
 
La América de Bush no es sólo una gran potencia, es un imperio. En el siglo XXI los imperios no se levantan sobre colonias, sino por el ejercicio de la influencia, por su capacidad hegemónica. Bush ha vinculado el poder americano con el liberalismo. No se le ocultan las dificultades que encontrará en su camino, pero no parece hallar alternativa. No hay atajos para garantizar la seguridad norteamericana y occidental.
 
Sin embargo, el talón de Aquiles de la nueva política no está en las cordilleras fronterizas entre Afganistán y Pakistán o en los suburbios de Tikrit. Es en la sociedad americana donde se va a librar la gran batalla. Por primera vez una democracia tratará de afrontar un reto de esta magnitud y lo hará pasando por las urnas cada dos años y a partir de una ciudadanía que ganó su identidad y su independencia rechazando el colonialismo británico. Posiblemente Estados Unidos no tiene alternativa al imperialismo liberal, pero la opinión pública no tiene necesidad de ser coherente. Si en un momento de ansiedad alguien le propone una vía de escape la tentación será grande.
 
El imperio es una opción en el largo plazo, que requiere de objetivos claros, de medios y de constancia ¿Será posible su desarrollo en el marco de un sistema democrático?

GEES: Grupo de Estudios Estratégicos 

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