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Francisco Cabrillo

Un adicto al opio... y a la Economía Política

¿Son compatibles el entusiasmo por la poesía romántica y el apasionamiento por la Economía Política? Por sorprendente que pueda parecer, tal encuentro es posible; y si a esta curiosa combinación le añadimos la adicción al opio, sólo podemos encontrarnos con una figura de la historia del pensamiento económico: Thomas de Quincey. Nuestro personaje es conocido sobre todo como un escritor brillante y estudioso de los poetas “lakistas”. Fue admirador de Coleridge y Grasmere y mantuvo durante algún tiempo una gran amistad con Wodsworth, de quien escribió una biografía que sigue ocupando un lugar importante en la historia de la literatura inglesa. Pero hay que recordar también que fue autor de un libro de economía y que, en sus extraordinarias Confesiones de un inglés comedor de opio dedicó grandes elogios al razonamiento frío y lógico de David Ricardo.
 
Nacido en Manchester el año 1785, llevó, durante muchos años, una vida solitaria, entregada a la literatura y al estudio. Y su matrimonio con la hija de un granjero de condición modesta no ayudó precisamente a sus relaciones sociales. Nunca ocultó De Quincey su desmedida afición al opio, que había adquirido de forma casual cuando era aún muy joven, el año 1804. En aquella época el opio era un producto que se compraba libremente y que los médicos recetaban con frecuencia como una medicina que ayudaba en la curación de numerosas enfermedades; y al joven De Quincey le fue recetado con motivo de unas fiebres reumáticas. Curó de éstas; pero nunca pudo ya librarse del todo de su afición a la droga, que llegó a ser muy intensa en algunos momentos de su vida. Y uno de aquellos momentos fue el año 1819, cuando leyó los Principios de Economía Política y Tributación de David Ricardo, cuya primera edición había sido publicada sólo dos años antes. Parece que fue un amigo de Edimburgo quien le envió el libro; y éste le causó tanta impresión que, antes de haber terminado de leer el primer capítulo, dijo entusiasmado a la mente de Ricardo que debía flotar por su habitación: “Tú eres el hombre”.
 
Esta es la forma en la que explicó unos años más tarde los efectos saludables del estudio de la Economía para un drogadicto: “Sumido en un estado de imbecilidad, me había interesado, por puro entretenimiento, por la Economía Política; mi capacidad de raciocinio, que con anterioridad había sido tan activa e incansable como una hiena, no podía haber caído en un letargo mayor; y la Economía Política ofrece a las personas que se encuentran en tal situación, la ventaja de que, aunque se trate de una ciencia orgánica, algunas de sus partes pueden ser separadas y estudiadas de forma individual”. La reacción fue, por tanto, muy positiva. Y la teoría de Ricardo levantó su ánimo de una manera tal que el opio no fue freno para que empezara a escribir unos “Prolegómenos a todos los sistemas futuros de Economía Política”, obra que sólo completaría, con grandes cambios, veinte años más tarde. El título sería, eso sí, mucho más modesto, ya que el libro se llamaría finalmente Lógica de la Economía Política. En su plan inicial, la obra iba precedida de una dedicatoria –“espléndida” en sus propias palabras– al propio Ricardo. Nunca llegó a escribirla. Pero fue siempre fiel a las ideas de su maestro, incluso a su teoría del valor, de acuerdo con la cual es el coste de producción –determinado básicamente por el trabajo utilizado en la producción de una concreta mercancía– lo que establece su valor.
 
Y aún llegó más lejos en la aplicación del razonamiento abstracto a la Economía, con algunas reflexiones interesantes sobre el uso de la geometría en el análisis económico, que recibieron la aprobación, entre otros, de Edgeworth, uno de los economistas matemáticos más brillantes de los años finales del siglo XIX. De Quincey sufría de lo que él mismo denominaba una “pasión crónica de ansiedad”, que no era ajena, desde luego, al ambiente romántico en el que se desenvolvió buena parte de su vida. Que la Economía Política pasara a ser una parte importante de su mundo y su vida intelectual es, sin embargo, uno de los fenómenos más curiosos de la historia de las ideas económicas.

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