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Pío Moa

Graves retos se avecinan

El error más grave en la carrera de Aznar ha sido la renuncia a una alternativa nacional en Cataluña. Eliminado Vidal Quadras y aceptada una injerencia inadmisible del cacique Pujol en los asuntos internos del PP, éste pasó desde entonces a una política descolorida, falta de audacia y de hecho seguidista del nacionalismo. Al contrario que en Vascongadas, el PP carece allí de algo parecido a una doctrina propia, no pasa de matices al pujolismo. De nada le ha servido tanta “civilización” con los incivilizados. Según las encuestas, el único partido al que más de la mitad de los votantes no votaría en ningún caso, es el PP: la “cortesía” de éste es percibida –correctamente—como la debilidad del hipócrita, y contestada con patadas en el trasero al reverencioso, el cual, de paso, ha dejado sin representación real y sin posibilidad de expansión inmediata a una franja del electorado catalán.
 
El hecho es que, por falta de una doctrina nacional capaz de impulsar una auténtica política propia y de combatir los desafueros nacionalistas, la sociedad catalana se ha radicalizado peligrosamente. El PP, a pesar de su pequeño avance, se ha vuelto un partido irrelevante en la política del Principado, mientras que los extremismos separatistas y verdirrojos han experimentado un crecimiento espectacular, convirtiéndose los primeros en árbitros de la situación.
 
Y también se ha radicalizado CiU. No es lo mismo Mas, que no siente la menor solidaridad o espíritu de unidad española, que Pujol, todavía condicionado por un vago sentimentalismo hacia ella. Para el actual líder, España sólo es un estorbo, y el único problema que se plantea al respecto es la forma de eliminarlo sin correr riesgos excesivos.
 
En cuanto a los socialistas, apenas hace falta la crítica. Su línea,desgraciadamente, está resuelta hace ya muchos años, aunque muchos no quisieran verlo. Su oposición al nacionalismo en ningún caso fue proespañola, sino simplemente “social”, es decir, basada en todas las fantasmagorías de la izquierda de siempre, que todavía funcionan en Cataluña con mayor intensidad que en el resto de España. Y ante las elecciones, el cretino que dirige el PSOE insta al gobierno, de manera muy poco encubierta, a claudicar. Ni Bono ni Ibarra representan alternativa alguna a esta situación.
 
Los nacionalistas, cuya escasa aceptación de las reglas del juego nunca ha dependido de otra cosa que de la sensación de debilidad que padecían, y de ciertas malas experiencias históricas, se sienten ahora fuertes, y no dejarán de plantear una escalada de desafíos a España. La situación, por tanto, se ha vuelto muy preocupante, más, en cierto sentido, que en Vascongadas, y más todavía por coincidir en el tiempo y la intención ambas amenazas nacionalistas. Quienes defendemos la unidad y la democracia españolas, no debemos ahora perdernos en recriminaciones por los errores pasados, pero sí reconocerlos y concentrar las energías en la mejor manera de afrontar el reto.

En España

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