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Carlos Semprún Maura

No cae, se derrumba

Teniendo en cuenta la afición al sensacionalismo de tantos periódicos, no sería imposible que algunas de las informaciones recientemente publicadas sobre la miseria de la diplomacia francesa sean exageradas, pero también es muy posible que se queden cortas. Ya hablé de los ascensores del Quay d’Orsay (sede del ministerio), pero, por lo visto, también tienen penuria... ¡de papel!, porque no tendrían dinero ni para reparar los unos, ni comprar lo otro. (Nosotros tuvimos un escándalo de otra índole, con el papel del Boletín Oficial del Estado). Pues bien, la huelga diplomática fue un éxito, y se respetaron los ritos: manifestantes diplomáticos ante el Senado, con pancartas y gritos: ¡pelas! ¡parné! ¡pelas! ¡parné!; entrevistas con embajadores huelguistas por televisión, que se expresaban como dirigentes de sindicatos de funcionarios, un batiburrillo tan fenomenal y grotesco, que al ministro, el inefable Dominique de Villepin, sólo le quedan dos soluciones: dimitir o tomar sanciones. No hará ni lo uno, ni lo otro.
 
Cuando yo, respondiendo a las acusaciones de periodistas franceses, que consideran imperialista e ilegal la intervención militar aliada en Irak, les decía que Francia intervenía constantemente en África de manera mucho más ilegal, claro, a su nivel, o sea, diminuto, se enfurecían. En Costa de Marfil, por ejemplo, las autoridades marfileñas pidieron la ayuda de Francia, y “nuestros soldados actúan por la paz”. Pues no parece que éste sea el punto de vista de los marfileños y sus “jóvenes patriotas”, ya que los disturbios antifranceses se agravan, semana tras semana. Desde luego, no son tan mortíferos como en Irak, pero tienen aún menos solución, sencillamente porque Francia no tiene ejército. Es peligroso lanzar operaciones militares en el extranjero sin ejército. Pero, sobre todo, no tienen el mismo sentido: en Irak las fuerzas aliadas han destruido una tiranía, pero ¿qué intereses defienden las escuálidas tropas francesas en África?
 
Según Nicolás Baverez, autor de La France qui tombe, la mitad, más o menos, de los navíos, aviones, tanques, etcétera, del ejercito francés están, como los ascensores del ministerio, en panne (averiados), y no hay dinero para arreglarlos. Francia se parece a un castillo de tiempos de Luis XIII, con una espléndida fachada y ruinas y ratas en el interior. Cuando, durante el último periodo del Gobierno Jospin, policías y gendarmes se manifestaban por las calles, se dijo que el estado estaba en crisis, ya que sus más “fieles servidores” se permitían manifestar su descontento, pública e ilegalmente. Pues ahora, que ha cambiado el gobierno, les ha tocado el turno nada menos que a los diplomáticos. El estado sigue en crisis. Con un crecimiento cero de su producción, con un paro en aumento, con la enseñanza, los hospitales, la Seguridad social y muchas más cosas por los suelos, Francia no cae, se derrumba. En cambio, les queda la fachada, la jeta, la caradura y, a veces, funciona.
 
Y como guinda en este pastel de cianuro, los líos de la Executive Life ante la Justicia californiana, en los que están pringados el Crédit Lyonnais y el potente hombre de negocios François Pinault. No se ha resuelto à l’aimable, o sea, con multas, por culpa de la intransigencia antiyanqui del Gobierno francés. Se irá al proceso.
 

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