Esos largos parlamentos que muchas veces vemos que mantienen los entrenadores con sus jugadores sobre el campo no son prolegómeno de nada bueno. Dicen que el fútbol es un idioma universal, de forma que cuando el técnico de turno va empequeñeciéndolo lentamente, poco a poco, surgen problemas inesperados y de difícil solución. En el Fútbol Club Barcelona se intuye una tormenta de las gordas tras la histórica derrota ante el Real Madrid en el Camp Nou, una de esas tormentas con rayos y truenos que dobla los paraguas y de las que uno no puede guarecerse. Y por eso Frank Rijkaard, que el sábado redujo las posibilidades de su equipo hasta el absurdo, se ha visto en la obligación de hablar con sus futbolistas durante cuarenta y cinco minutos. "Terapia psicológica" lo llaman a eso ahora. De nada servirá si, como empiezo a pensar, los futbolistas dudan seriamente del psicólogo que les trajo Joan Laporta.
Puyol, el "nuevo Migueli culé", dijo a la conclusión del partido que prefería no hablar del árbitro porque si lo hacía no le volverían a dejar jugar nunca más al fútbol. A eso Freud lo llamaría "racionalización del propio fracaso". Yo creo sinceramente que el árbitro pasó inadvertido, y Puyol -que estuvo magnífico a la hora de defender a Ronaldo- no debería tirar la piedra y esconder la mano porque no sé de ningún futbolista que dijera lo que piensa y no le volvieran a dejar jugar. El auténtico problema del Barcelona no es el 1-2 del sábado sino el 5-1 de La Rosaleda. Que yo sepa en aquella ocasión no se produjeron goles de rebote e incluso el tanto malacitano lo marcó Fernando Sanz en propia puerta.