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Manuel Ayau

EEUU como zona de libre comercio

Todos admiramos y envidiamos la prosperidad material de Estados Unidos. Muchas razones explican su fenomenal progreso, pero algunas han sido más determinantes que otras.
           
Con frecuencia se dice que esa prosperidad es el resultado de su cultura heredada. Pero ese argumento tiene muchas inconsistencias que lo invalidan. Una de ellas es la parte "heredada" porque cualquier cultura es susceptible de adquirirse o perderse con facilidad y muchas veces sucede imperceptiblemente hasta que se alcanza el punto de no retorno.
           
La cultura liberal –en el sentido clásico de la palabra–, argumenta Fareed Zakaria en su libro "The Future of Freedom", es requisito para que funcione la democracia a largo plazo, pero esa cultura que se forjó durante el primer siglo y medio de EEUU casi desapareció en el siglo XX y sus instituciones han tenido una transformación que le pararía el pelo al historiador Alexis de Tocqueville y a los Padres de la Patria. Sobre esto hay mucho que decir pero no es el tema de hoy.
           
Es importante dejar claro que todo el régimen político norteamericano se debe a su Constitución, diseñada celosamente para mantener la soberanía política de los estados federados. En lo que concierne al comercio, con una sola frase en la Constitución se creó un mercado libre entre los estados: “Ningún impuesto o derecho se establecerá sobre los artículos que se exporten de cualquier estado”.
           
Hoy son 50 los estados y todos ellos son económicamente importantes, medidos en escala mundial.  El estado de California por sí solo sería la quinta economía más grande del mundo.
           
La zona de libre comercio que es Estados Unidos ha existido por 216 años y genera 21% de la producción mundial. Es decir que 21% de la producción del globo terrestre goza de libre comercio y el nivel de vida de EEUU es el más alto del mundo.
           
Para apreciar por qué ese libre comercio ha causado tal prosperidad hay que usar la imaginación y pensar cómo sería si no lo tuviesen. Piense en el número de aduanas que habría, una en cada camino o puerto o vía férrea o aeropuerto que cruza el borde de cada Estado. ¿Cuántos burócratas se necesitarían para revisar todo ese comercio? ¿Cuánta inversión en infraestructura para alojar esas burocracias? ¿Cuánto tendrían que invertir las empresas para aumentar sus inventarios de materias primas y de productos en proceso debido a los retrasos causados por la burocracia y las tramitaciones oficiales? ¿Cuánta corrupción y contrabando se hubiere generado? ¿Cuánto subirían los costos debido a los aranceles de importación, especialmente cuando los productos contienen partes que han cruzado las fronteras varias veces en el proceso? El hecho de tener aduanas les hubiera aumentado sus costos y precios, restando competitividad, disminuyendo mercados internos. Muchas empresas hubieran desaparecido y todos los norteamericanos serían más pobres hoy. 
           
Además que con todas esas aduanas desaparecería uno de los más importantes beneficios del libre comercio, cual es la eficiencia en la asignación de recursos debido a la presión de la implacable competencia interestatal a todos los productores, quienes entonces pedirían protección y listas de exclusión, como en los tratados "modernos". El daño que se autoinflige un país mediano o pequeño al tener aduanas es mucho mayor por no tener esa competencia interna que sí existe en EEUU.
           
Es evidente que los países que quieren progresar tienen que incorporarse al mercado mundial, eliminando sus aduanas y barreras unilateralmente. Si no lo hacen, seguirán empobreciéndose vis-a-vis Estados Unidos y Europa.
 
©  AIPE
 
Manuel F. Ayau Cordón es ingeniero y empresario guatemalteco, fundador de la Universidad Francisco Marroquín, fue presidente de la Sociedad Mont Pelerin.
 

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