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EDITORIAL

¿Europa o el eje franco-alemán?

No quisiéramos que la trascendencia del pacto de los socialistas con los independentistas en Cataluña o la detención de Sadam Hussein obligara a dejarnos en el tintero el merecido elogio que merece nuestro Gobierno por no haber sacrificado en Bruselas los intereses de España en pro de lo que no hubiera dejado de ser un contraproducente consenso o un falso éxito en la cumbre europea de este fin de semana.
 
Aunque la mayoría de los medios de comunicación —con la cantada excepción de los de Prisa— han respaldado la actitud mantenida por España y Polonia, nos parece que no basta “exculpar” a estos Gobiernos, sino responsabilizar del fracaso de la cumbre a la absoluta intransigencia con la que Francia y Alemania pretenden hacer papel mojado del consenso respecto al reparto de poder ya logrado en la cumbre de Niza. Aznar, por su parte, se avino a no hacer de este pretérito consenso su última palabra y se mostró dispuesto a negociar distintas posibilidades como era modificarlo, cambiar los umbrales de la doble mayoría o aplazar la entrada en vigor de esta última hasta 2014 mediante una cláusula de revisión. Fue Chirac el que rechazó de antemano cualquier compromiso con la postura de España pretendiendo que nuestro país y Polonia se limitaran a obedecer sus dictados.
 
Aznar no sólo hizo bien rechazando pasar por el aro sino que su sucesor al frente del Gobierno deberá seguir oponiéndose a que el eje franco-alemán marque la dirección y el poder de Europa. Más si cabe si tenemos en cuenta que han sido París y Berlín los que, por una parte, han roto en Irak los vínculos trasantlánticos que unen a Europa y a los Estados Unidos, y, por la otra, los que han violado los pactos de Estabilidad que ellos mismos establecieron como condición de permanencia en el euro. Ante estas dos cuestiones de defensa y disciplina en política presupuestaria, que son radicalmente fundamentales para el presente y futuro de la unión europea, Francia y Alemania siguen sin propósito de enmienda. España no sólo deberá mantener su exigencia a tener mayor peso en Europa, sino que deberá en el futuro profundizar en los contactos y en las alianzas para articular y ampliar la oposición y la alternativa al eje franco-alemán si este insiste en llevar bajo su batuta a Europa por esta senda tan perjudicial para ella.
 
No es sólo el poder de España en la UE lo que está en juego, es también la clase de Europa que deseamos para el futuro. Esto es lo que debe ser explotado por España de cara a países que como Gran Bretaña o Italia que se han puesto de lado del eje franco-aleman respecto al reparto de poder. Afortunadamente hay tiempo para intentar establecer una cuña entre esa alianza entre los “grandes”, haciendo ver a Blair y Berlusconi que pueden conservar el peso de sus países con una alianza con los medianos como Polonia y España que además tienen con ellos muchas más afinidades respecto a lo que debe significar Europa. Aznar, de hecho, ya ha logrado cierto acercamiento de Blair y Berlusconi, pero es mucho más lo que se deberá hacer en el futuro.
 
Tiempo hay para ello y la Constitución Europa —un objetivo introducido aprisa y corriendo por los delirios de grandeza de Giscard— puede y debe esperar. España tiene cartas con las que jugar si tiene voluntad y determinación para ello. La cuestión está en que para mantener sus posiciones, España deberá en el futuro tener al frente del Gobierno a un presidente con la misma visión de principios en política internacional que ha demostrado tener Aznar en su última legislatura. Esta actitud, sin embargo, no será sostenible con soluciones “a la gallega” y con unos medios de comunicación que estén dispuestos a encubrir la claudicación con los sacrosantos ropajes del consenso...

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