Joseph Blatter acusa ahora a los grandes clubes europeos de "neocolonialismo". El presidente de la FIFA se da cuenta, con las uvas de 2004 en la boca, de que el fútbol terminó por transformarse en un negocio codicioso. Él sí que se ha convertido en un "neodemagogo" puesto que aprovecha una circunstancia probablemente denunciable para darle una patada en la espinilla al "G-14", cuerpo de élite que ostenta la representación de los equipos más fuertes de la vieja Europa (o lo que viene a ser lo mismo, los equipos más potentes del planeta) y que está empeñado en sacarle la pasta a la FIFA por la cesión de sus profesionales a las diferentes selecciones nacionales.
¿De qué habla Blatter? ¿Está hablando realmente de ese niño nigeriano a quien eclipsa con sus dólares el maléfico Bayern de Múnich? ¿De verdad quiere convencernos de que ahora le inquieta de repente la descapitalización futbolística que puedan sufrir África, América del Sur y Asia? Ya sería preocupante que el suizo se hubiera caído del guindo con los setenta añitos que tiene. Preocupante sobre todo para la FIFA. Pero no tiene la pinta, no. En su entrevista a Financial Times, Blatter ha estado simplemente pletórico con frases del calado como "a los grandes clubes europeos les importa poco la herencia y cultura de esos países" o "hay numerosos clubes que no merecen ser considerados como formaciones inglesas, en vista que son dominados por legionarios extranjeros que sólo obedecen a sus empleadores".