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Cualquiera que haya leído el voto particular del ponente Martínez Pereda en el juicio por supuesta prevaricación contra el juez Javier Gómez de Liaño habrá visto repetidas y archiargumentadas dos tesis: que el juicio nunca debió celebrarse, porque jamás hubo prevaricación, y que, de celebrarse, jamás debió condenarse al juez porque se hizo sin ninguna prueba. Muchos dijimos entonces –y sostenemos ahora– que en ese caso el único que nunca había prevaricado era Gómez de Liaño. Y que los que lo condenaron habían prevaricado al cuadrado: juzgándolo sin motivo y condenándolo sin justicia.
 
La Justicia española, o, mejor, la administración de Justicia, ha dado un nuevo paso en su descrédito al negarle el amparo que hace tres meses le iba a dar. Y lo hace por no tener que repetir el juicio y dejar en evidencia a los prevaricadores. Estamos, pues, ante una prevaricación al cubo. Y no deja de ser asombroso tener que prevaricar tanto para poder linchar públicamente (moralmente son los linchadores los que quedan linchados) a quien ha sido simplemente un juez, pero, parafraseando a Unamuno, ha sabido ser nada menos que todo un hombre. Y, como juez y hombre, enfrentarse a un monstruo capaz de atropellar la Justicia para darse el capricho de la venganza: Jesús de Polanco.
 
La fazaña del Constitucional –porque esto no es sentencia sino fazaña que huele a fechoría– quedará muy probablemente retratada por el voto discrepante del ponente Martínez Cachón, que tras proponer el amparo pero tropezar con una mayoría dispuesta a proteger de forma corporativista, por no decir mafiosa, a Bacigalupo y compañía, ha debido redactar la sentencia en sentido contrario, pero quiere salvar “la negra honrilla” antes de jubilarse. Seguramente irá en el mismo sentido que el voto particular de Martínez Pereda: Liaño es inocente; nunca debió ser juzgado; de serlo, nunca debió ser condenado sin pruebas; y, tras haberlo pedido, el Tribunal Constitucional debió concederle el amparo que, sin embargo, le ha negado. En Estrasburgo tendrán el placer de desautorizar al Tribunal Constitucional Español. Y para oprobio de una carrera enfangada y de unos politijueces negados al rubor, esa será la única satisfacción de la Justicia española. Triste es haber anunciado la prevaricación primera y constatado la segunda. Triste es tener que comentar la tercera. Pero el único que sigue sin haber prevaricado es Liaño. En cambio, para condenarlo, cada vez han prevaricado más. Cómo será de justa su causa que cada vez hace falta mayor injusticia para arrastrarla.
 

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