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Amando de Miguel

Inventemos nosotros

Antonio R. Martín Martín se maravilla de que digamos “pesetas antiguas”. Razona: “¿es que hay pesetas modernas?”. Sospecho que la expresión se mantendrá durante algunos años. Todavía, en la era de la peseta, había gente que hablaba de reales y de duros (pesos). La inercia monetaria es poderosísima. Se dice antiguas pesetas porque esa moneda no es de curso legal. Sin embargo, su equivalencia en euros (1 euro = 166 pesetas de 2001) sirve para calcular mejor lo que realmente cuestan las cosas.
 
José Ávalos González, de Dos Hermanas (Sevilla), me censura que yo emplee “gayo” como adaptación de gay (homosexual simpático). Él propone “gai” o “gay”, como realmente se dice. Pero a mí me gusta más “gayo”, qué quiere que le diga. En buen castellano, “gayo” es tanto como vistoso, alegre, lleno de colorido, flamboyante (otro neologismo), abigarrado. La “gaya ciencia” era la poesía. Después de todo, gay en inglés significa exactamente lo que “gayo” en español. Seguramente viene del latín gaudium = gozo. La asimilación de gays a los homosexuales ha sido reciente, cuando han empezado a salir del armario. Cuando los caníbales salgan de sus respectivos armarios los podremos llamar “humanívoros”.
 
Federico (sin más), de Ciudad Real, me plantea la terrible duda de si es “el Internet” o “la internet”. Añade: “¿Es como Dios, sin género definido?”. Hombre, el “buen Dios” o “Dios mío”, siempre han sido masculinos, qué le vamos a hacer, feministas. Pero la internet es así, en femenino y con minúscula, pues es una cosa y alude a una misteriosa red. Como no puede ser de otra manera, la red suena femenina.
 
Antonio López Quintana me señala otra duda, si decir “perimétrico” o “perimetral” para referirse al perímetro o lo que está más allá de esa línea. La duda le viene de que no encuentra esas palabrejas en los diccionarios. Sin embargo, el de Seco y colaboradores recoge las dos. Otro diccionario de uso, Clave (de SM) admite solo “perimétrico”. A mí me gusta más. La razón es que estamos atosigados de los adjetivos en –al, por la descarada influencia anglicana.
 
Luis Corral López, periodista, rompe una lanza a favor de la capacidad espontánea que tiene el pueblo ─y cualquiera de nosotros─ para inventar palabras. De acuerdo, pero hay que saber lo que se inventa y a santo de qué se propone la novedad léxica. Es un misterio por qué algunas innovaciones léxicas prosperan y otras, no. Recordemos el invento de “jeriñac” para sustituir al galicismo “coñac”. Pues la gente sigue diciendo “coñac”, en todo caso “coñá”. Los finolis dicen “brandy”; es más caro.
 
José María García Guzmán, catedrático de Filosofía, se queja de algunas perversiones de la lengua, que yo también he rechazado repetidas veces. Por ejemplo, “deleznable” es realmente lo que se disgrega, no lo detestable. O también “detentar” que es retener el poder de manera ilegítima, no ostentar. Tiene razón el docente, mas no toda. Los diccionarios de uso no tienen más remedio que acoger con cristiana caridad las nuevas acepciones que da el pueblo, por pérfidas que sean.
 

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