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Francisco Cabrillo

Adam Smith el aduanero

Poca duda cabe de que Adam Smith es el economista que mayor influencia ha ejercido en la historia del pensamiento económico. Y uno de los campos en los que su obra ha dejado una huella más profunda es el del comercio internacional. Frente a la tradición mercantilista que consideraba que el comercio entre países es un juego de suma cero, en el que lo que uno gana representa necesariamente la pérdida del otro, Smith demostró que no existe una gran diferencia entre este tipo de comercio y las transacciones habituales en las que si el vendedor y el comprador realizan una transacción, la razón es que ambos esperan obtener beneficios de ella. Si cualquiera de nosotros intentamos vender nuestros productos u ofrecer nuestros servicios allí donde sean más reconocidos y mejor remunerados, y compramos lo que necesitamos donde nos ofrecen mejores calidades y precios, no tiene sentido alguno que esta regla se rompa por el simple hecho de que las empresas que venden buenos productos a precios bajos estén situadas en otro país. La protección aduanera, por tanto, lejos de hacer crecer la riqueza de un país, dificulta su camino hacia la prosperidad.
 
Adam Smith nació en Kirkcaldy (Escocia) el año 1723. Estudió en Glasgow y en Oxford, obteniendo una impresión penosa de esta famosa universidad inglesa, que no se encontraba ciertamente en uno de sus mejores momentos. Escribió Smith que, en Oxford, los profesores habían abandonado “hasta la pretensión de enseñar”; y fue éste uno de los motivos por los que se opondría a que los profesores universitarios cobraran un sueldo fijo, manifestándose, en cambio, partidario de que su remuneración se determinara en función del número de alumnos que conseguían reunir, lo que les obligaría a dedicar mucha mayor atención a sus estudiantes (no parece preciso añadir que, entre las funciones de estos profesores, no estaba examinar y dar títulos).
 
Tras ejercer como catedrático en Glasgow durante algunos años, fue contratado para acompañar al joven duque de Buccleugh en su tour por el continente europeo, viaje que, en aquella época, hacían con frecuencia los jóvenes ingleses de clase alta y solía durar varios años. De vuelta en Gran Bretaña en 1766, se dedicó a trabajar en lo que sería su gran obra, La riqueza de las naciones, el libro de economía más importante que se ha escrito nunca. Tras su publicación en 1776, Smith se convirtió pronto en un hombre muy conocido; y apenas habían pasado dos años cuando fue nombrado Comisario de Aduanas de Escocia. El cargo resultaba, ciertamente, un tanto paradójico para alguien que había dedicado buena parte de su vida a criticar las prohibiciones a la importación y los aranceles, que es precisamente lo que se supone que se hace en las aduanas. Pero, aun así, parece que desempeñó su cargo con una gran dedicación y eficacia hasta su fallecimiento, que tuvo lugar el año 1790.
 
¿Por qué aceptó Smith desempeñar este puesto? Es evidente que no fue por motivos económicos. Smith había obtenido muchos antes una pensión vitalicia del duque de Buccleugh; y era, además, un hombre de pocas necesidades personales. Nunca se casó, llevó una vida sencilla y dedicó una parte no despreciable de sus recursos a obras de beneficencia. Más razonable es pensar que, aunque crítico de las aduanas, nuestro personaje creyó con firmeza que éstas existirían siempre; y que gestionarlas de manera eficiente sería una aportación al progreso económico de su país. Tan poca fe tenía en el triunfo del libre comercio internacional en su propio país, que llegó a afirmar que lo consideraba como algo tan alejado de la realidad británica como el establecimiento de una Océana o de una Utopía, en referencia a las conocidas utopías de Harrington y Moro.
 
Sus ideas alcanzaron, sin embargo, un éxito mucho mayor que el que él mismo había imaginado. Setenta años después de la publicación deLa riqueza de las naciones, Gran Bretaña suprimía las leyes protectoras de la agricultura y daba así el gran paso hacia el librecambio, que constituiría una de las bases de su prosperidad en la segunda mitad del siglo XIX. Y los ingleses nunca dejaron de ser conscientes de la deuda que habían contraído con aquel peculiar Comisario de las Aduanas Escocesas.

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