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Expectativas infundadas

El levantamiento parcial y temporal de las sanciones económicas a Irán por parte del gobierno norteamericano ha desatado un aluvión de comentarios sobre la mejora de las relaciones entre ambos países, que conviene moderar para no perder de vista la realidad.
 
El terremoto que ha asolado la ciudad de Bam y los más de 40.000 muertos que se calculan han despertado en la sociedad internacional un lógico sentimiento de solidaridad. En este marco, la Administración Bush ha permitido el envío de dinero, proveniente de particulares y a través de organizaciones especializadas, para ayudar a los supervivientes. Un gesto de esa naturaleza ha sido bienvenido por los dirigentes iraníes, tanto los reformistas del Gobierno como los conservadores del Consejo de Vigilancia de la Constitución, que lo han presentado interesadamente como un paso atrás en la política de Bush, que buscaría el entendimiento ante la imposibilidad de hacer valer sus amenazas.
 
Este gesto singular se ha vinculado a otro menos voluntario pero significativo, la cesión iraní, ante las presiones norteamericanas y europeas, para aceptar un régimen especial de inspecciones que compruebe el estado en que se encuentra su programa nuclear, por parte de la agencia especializada de Naciones Unidas. Ambas partes están interesadas en aprovechar las circunstancias para mejorar sus relaciones diplomáticas, pero son muy conscientes de sus límites.
 
Irán se encuentra rodeado por tropas norteamericanas, en Afganistán, Turquía e Irak, además de los destacamentos situados en países próximos o embarcados. Estados amigos como Pakistán han cambiado de bando y sus relaciones con el mundo árabe sunita siempre son complicadas. Washington lo ha incluido en su “Eje del Mal” y no oculta sus intenciones de desestabilizar el régimen de los ayatolás para dar paso a un estado democrático. El programa nuclear le ha privado de la comprensión europea, siempre dispuesta a reconocer el derecho a la diferencia a dictaduras de todo tipo. Irán necesita un respiro y ésta puede ser una buena oportunidad para consolidar una nueva relación. Bush tiene que afrontar unas complicadas elecciones presidenciales, que van a girar en torno a la Guerra Antiterrorista, la reconstrucción de Irak y los problemas de seguridad en el famoso triángulo sunita. La posición realista de los dirigentes del chiísmo iraquí, dispuestos a entenderse con Estados Unidos para reconstruir el país y evitar una nueva hegemonía árabe-sunita, abren la vía para un acuerdo entre Teherán y Washington sobre Irak, que aporte hipotéticamente más estabilidad al régimen islamista iraní.
 
En Washington las cosas se ven de distinta forma. Allí no se pone en duda que sólo el uso de la fuerza en Afganistán e Irak y las amenazas a todos aquellos que amparan a organizaciones terroristas o desarrollan programas de destrucción masiva explican éxitos diplomáticos recientes, como la persecución a Al Qaeda en estados donde hasta hace poco tiempo se le daban facilidades, la nueva actitud iraní sobre su programa nuclear o el giro copernicano aparentemente dado por Libia. La diplomacia es más eficaz cuando el ejercicio de la fuerza es creíble.
 
Para los dirigentes norteamericanos Irán es hoy una de las mayores amenazas para la seguridad internacional y, en concreto, para la paz en Oriente Medio. Su relación con Al-Qaeda ha preocupado mucho desde hace tiempo. Aunque las simpatías ideológicas son limitadas, se sospecha que han dado cobijo a dirigentes de la red terrorista y que los supuestos detenidos son, más bien, acogidos. Aunque sus programas políticos no coinciden, su común rechazo a la influencia norteamericana en la región puede estar en la base de una indefinida colaboración.
 
Irán es el sostén de los grupos terroristas libaneses y palestinos, utilizando como intermediario a Siria. Sin su dinero y sin su voluntad, Hizbollah, Hamas, la Yihad Islámica o incluso los dependientes de Fatah no tendrían la capacidad de acción de la que hacen gala. Irán es el bastión del no reconocimiento al derecho a existir de Israel. De ahí que la mayor parte de los grupos citados no luchen por la creación de un estado palestino en los territorios ocupados, sino por la destrucción de Israel y la proclamación de un estado islámico entre el Jordán y el Mediterráneo. El régimen de los ayatolás es el principal obstáculo para la solución del conflicto israelo-palestino, el búnker donde encuentran acogida los que no están dispuestos a asumir la presencia de Israel.
 
Para protegerse de sus vecinos, el Irak de Sadam o Israel, los ayatolás han desarrollado un conjunto de programas de armas de destrucción masiva y de misiles. Desaparecido Sadam, el principal objetivo es el estado judío. Estos programas tienen como finalidad disuadir, anular la capacidad intimidatoria de la defensa israelí, para asegurar la continuidad del apoyo a los grupos terroristas en su campaña por minar la resistencia judía. Un Irán nuclearizado será así una garantía de terrorismo y de desestabilización.
 
Washington no va a cambiar su política. Las presiones van a continuar, pero serán más efectivas si se dispone de buenos cauces diplomáticos. Se puede llegar a interesantes acuerdos sobre Irak y sobre algunos otros temas, pero en el medio plazo los analistas norteamericanos dan por muy probable el fracaso de la opción reformista capitaneada por Jatamí y el inicio de un proceso revolucionario que podrá dar al traste con los ayatolás y sus huestes de islamistas. Cada problema tiene su gestión y el iraní se sitúa en coordenadas de política nacional y fuerte presión diplomática.
 
El año 2004 estará marcado por las elecciones norteamericanas y el 2005 por las iraníes. Jatamí no podrá presentarse como candidato y un nuevo período dará comienzo. Veremos si las circunstancias nos dejan llegar a esas fechas sin mayores acontecimientos.
 
GEES: Grupo de Estudios Estratégicos

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