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Uno, que es ingenuo, esperaba encontrarse estos días con las azoradas disculpas de los viejos conocidos del PSC. Pasado el comprensible regocijo por la carambola electoral, había de llegar el momento en que se toparan con el fastidioso tipo que les mira a los ojos aguardando una explicación convincente. ¿Cómo renunciar al vano placer de su turbación mientras tratan de justifican la coyunda contra natura con los separatistas? Los socialistas catalanes saben que sus socios, precisamente porque detestan a España, se disponen a usarlos para imponer un intervencionismo social y cultural, una represión lingüística y un calendario político que, amén de dejar corto al denostado modelo convergente y abrir una larga etapa de inestabilidad, se da de bofetadas con los intereses del PSOE.
 
En realidad, en el PSC sólo algunos diletantes del entorno de Maragall comparten su querencia por la ingeniería social y su deseo de hacer de Cataluña una “nación plena”, dinamitar los fundamentos de la Constitución y lograr la soberanía del pueblo catalán. Son sujetos que no se enseñan por el partido, amigotes del presidente, niños bonitos de la más rancia burguesía que, entre la docencia excedente y el sobrevuelo de las fundaciones, se han hecho viejos sin dar un palo al agua. Nada en absoluto los une al militante medio, a las decenas de miles de trabajadores que la equívoca adscripción del PSC al PSOE moviliza cuando es necesario. Así que, fuera de la cuadrilla de haraganes que viene chuleándoles, parecía muy difícil que la militancia decente no se vinieran abajo a la hora de la verdad. En el incómodo encuentro, por ejemplo, con los que hace casi dos décadas saltamos de aquel barco pirata que Felipe González gobernaba ufano con los cadáveres del GAL en cubierta y el nauseabundo botín en el cofre.
 
“¿A qué demonios estáis jugando?”, les reprochamos hoy. Pero nada. Lo dicho, uno es un ingenuo. Por algo se quedaron en el barco a pesar del hedor insoportable. Ya esgrimen la oportuna consigna antes de que la conversación los aniquile, ya entonan la cantinela como un solo hombre a coro con sus socios. Ya nos espetan ofendidos: “¡parece mentira lo que estáis haciendo desde la prensa de Madrid!”
 
Y así el firmante se entera de que ya no es un antiguo compañero, ni un viejo conocido, ni siquiera un ciudadano más con todo el derecho a opinar; uno, aunque no se haya movido de la Barcelona donde nació, es parte de la prensa de Madrid, un agente de la maldita capital opresora que esquilma y sojuzga a la próspera, alegre, creativa, pacífica y mediterránea Cataluña. Han entrado en el juego que tanto reprocharon a Pujol: desnaturalizar al discrepante. Ellos sí son al fin catalanes sin tacha. Nadie puede dudarlo ahora que han superado, no sin dolor, el rito iniciático y Carod los ha puesto mirando a los Països Catalans.
 

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