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Eduardo Ulibarri

El gran reto de Oscar Berger

Para Oscar Berger no ha sido fácil alcanzar un sueño acariciado durante varios años: llegar a la Presidencia de Guatemala. El camino ha sido largo y los problemas, abundantes. Para remontarlos ha debido cambiar de partidos, romper amistades y reconstruir alianzas, en medio de un clima político inestable y violento.
 
Sin embargo, todas esas dificultades lucen pequeñas frente al gran desafío que lo espera cuando tome posesión el 14 de enero: sacar al país de su aguda postración económica, política, social e institucional, para responder a las enormes expectativas y justificados sueños de 12,3 millones de guatemaltecos.
 
En esa tarea, Berger tiene a su favor la experiencia como alcalde de Ciudad Guatemala y como candidato presidencial en dos elecciones, cada una con dos vueltas.
 
Lo respaldan los sectores empresariales más fuertes del país, lo cual podría limitar su capacidad de acción en política económica y fiscal, pero también estimular mayor confianza entre los inversionistas y mejorar las posibilidades de crecimiento. Desarrolló una plataforma política con extensiones a otros sectores, cuenta con buena imagen entre los ciudadanos y tiene a su alrededor profesionales de alto nivel, capaces de conducir el Gobierno con eficacia.
 
Además, en la primera vuelta electoral, el 9 de noviembre, los votantes enterraron políticamente al septuagenario exdictador Efraín Ríos Montt, candidato del gobernante Frente Republicano Guatemalteco (FRG), con lo cual desapareció la amenaza de su regreso al poder. En la segunda vuelta, Berger, candidato de la coalición Gran Alianza Nacional (GANA) obtuvo un sólido triunfo: poco más del 54 por ciento de los votos, frente a Álvaro Colom, de la Unión Nacional de la Esperanza (UNE), tras una campaña inusualmente tranquila y un proceso electoral limpio.
 
Todos estos buenos referentes, sin embargo, se debilitan ante un gran desafío político: gobernar con un Congreso totalmente desarticulado. Los tres partidos integrantes de Gana, aunque forman el primer bloque, apenas suman 47 de los 158 diputados. Les siguen el FRG, con 43; UNE, con 32, y siete partidos más. En estas condiciones, formar alianzas que sean legítimas y garanticen gobernabilidad, será la mayor tarea de Berger y sus colaboradores. Si no logran superarla –sea con entendimientos permanentes o coyunturales–, difícilmente se darán las condiciones para enfrentar con razonable éxito los enormes problemas nacionales, la mayoría acumulados durante décadas.
 
Aunque, en términos de ingreso por habitante, Nicaragua y Honduras son los países más pobres de Centroamérica, los índices sociales de Guatemala, en general, son peores. La esperanza de vida al nacer (65 años) fue la más baja de la zona en el 2000, según datos de Naciones Unidas. Es el país centroamericano con el mayor analfabetismo, el menor porcentaje de matrícula escolar y, junto a Nicaragua, la peor distribución del ingreso. A lo anterior hay que añadir la inseguridad ciudadana y el desempleo (principales preocupaciones de los ciudadanos), la marginalidad de sus 22 etnias indígenas, la violencia, la desintegración geográfica, la influencia del narcotráfico, la corrupción, la arbitrariedad y la impunidad.
 
Todos estos problemas requieren la urgente acción de un gobierno que, hasta ahora, ha estado sumamente mediatizado en sus ámbitos de acción. Por ejemplo, sus ingresos, que apenas equivalen al 7 por ciento del producto interno bruto (los más bajos del istmo), reducen drásticamente la capacidad de inversión pública. El ejército y los aparatos de seguridad hacen sombra sobre el poder civil y, hasta ahora, los grupos económicos más fuertes han boicoteado los intentos de reforma fiscal.
 
Los cuatro años del actual presidente, Alfonso Portillo, implicaron un retroceso en la mayoría de esos ámbitos. El daño al Poder Judicial, ya desprestigiado y manipulado políticamente, fue enorme. Se deterioró el muy precario acuerdo nacional sobre las reglas del juego democrático. Y el sistema de partidos se volvió aún más débil y fluctuante. De ello es ejemplo el propio Berger: fue alcalde y candidato presidencial, por primera vez, del Partido de Avanzada Nacional (PAN), pero, junto a fuertes contribuyentes, lo abandonó en 2003, para garantizar su segunda candidatura, como abanderado de tres agrupaciones hasta entonces casi inexistentes.
 
No en balde la participación política de los ciudadanos es tan baja. Por ejemplo, en esta segunda vuelta electoral el abstencionismo fue el menor desde la elección de Vinicio Cerezo, en 1995, pero, aún así, llegó a un sorprendente 53,22 por ciento. Frente a tal cúmulo de problemas y desafíos, la acción de Berger y su Gobierno será determinante, pero también insuficiente. Deberán actuar y presentar resultados rápidamente, y es muy probable que los logren en crecimiento económico, honestidad, seguridad ciudadana y eficiencia gubernamental. Pero también deberán crear condiciones para estimular un proceso de sólida reconstrucción institucional y potenciar el aporte de toda la sociedad en muchos otros ámbitos. Sin esto, su tarea quedará, en el mejor de los casos, a medias. El entusiasmo para actuar existe. Las realidades están por verse.
 
 
Eduardo Ulibarri fue director del diario costarricense La Nación.

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