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Maragall habla de nació plena sin mayor concreción porque conoce el valor del sobreentendido, uno de los vicios más molestos de la progresía, compartido en Cataluña por segmentos sociales que nada tienen que ver con la izquierda. De hecho, lo que a uno lo avala como catalán normal y de fiar es la aceptación de expresiones clave, algunas de las cuales analizaremos aquí sumándonos al método de la desconstrucción que el president quieren aplicarle a España.
 
No importa que más de tres cuartas partes de los catalanes se consideren españoles. En cuanto uno sube a un estrado o le ponen un micrófono delante, los sobreentendidos operan implacablemente. En el caso de reuniones informales, sigue resultando molesto que te tomen por lo que no eres, y como no es plan de ponerse a dar una conferencia cuando creías que ibas a saborear un güisqui, lo máximo que se te ocurre es oponer un tímido Bé, jo no crec que Catalunya sigui una nació. Y entonces suele llegar el desconcierto o el interrogatorio.
 
El nacionalismo catalán no es de base étnica, y su base lingüística se relativiza si median gestos de buena voluntad. Por eso, a la que te descuidas, un tipo recién llegado de Coria del Río puede intentar adoctrinarte para alegrar oídos de terceros. Cuando nuestros nacionalistas se vanaglorian de su talante integrador se refieren a esta facilidad de adscripción, a esta generosidad condicionada. Basta con soltar dos palabras en catalán, pedir perdón por seguir en castellano y no pestañear ante los taumatúrgicos sobreentendidos. Se agradecerá que se exhiba una pasión irreprimible por el Barça.
 
Cuando Maragall dice nació, la carga sentimental es evidente. Gellner concibe el nacionalismo como sentimiento de enfado (si la unidad nacional no coincide con la unidad política) o de satisfacción (si se da la coincidencia). La modificación del marco político que el PSOE preconiza satisfará a muchos, aunque acabará despertando un inverso sentimiento de enfado. Costará porque, digan lo que digan, el nacionalismo español casi no existe, pero, si Gellner tiene razón, acabará aflorando. La nació de Maragall viene del Romanticismo, de Mazzini, que servía a la unificación italiana y la ligaba a movimientos revolucionarios. Y que afirmó: “La nación no existió nunca, dicen; por lo tanto nunca puede existir. Pero nosotros (...) declaramos: La nación no ha existido hasta ahora, por lo tanto debe existir en el futuro.” Voluntarismo o fatalidad.
 
Se puede nacer y vivir en Cataluña, dominar el idioma catalán, conocer su historia y amar su literatura. Pero si se discrepa de uno de esos mitos fabricados a finales del siglo XIX y que han acabado en sobreentendidos, el sambenito de anticatalán está servido. Te lo cuelgan sujetos cuyos rostros, sorprendentemente, no logras recordar entre los que formaban las columnas de laMarxa de la llibertatpara exigir el Estatuto de Autonomía, allá cuando el sumo sacerdote del periodismo democrático controlaba los informativos de Arias Navarro.

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