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Francisco Cabrillo

Wicksell el blasfemo

Knut Wicksell debe ser considerado, sin ningún género de dudas, como uno de los padres de la teoría económica del siglo XX. Sin sus trabajos no se entiende, por ejemplo, la evolución de la teoría monetaria de la década de los años veinte, de la que derivó, entre otras cosas, el primero de los grandes debates entre Hayek y Keynes, que tuvo la particularidad de enfrentar dos modelos teóricos que, en ambos casos, se consideraban herederos de la obra de Wicksell. Y James Buchanan, el creador de la moderna teoría de la elección pública, que ha replanteado el papel del Estado en la vida económica en nuestros días, siempre ha considerado la obra hacendística de Wicksell como una de las fuentes inspiradoras de sus análisis.
 
Ni el reconocimiento que recibió su obra al principio, ni su propia vida, guardaron sin embargo la correspondencia adecuada con la brillantez de sus trabajos científicos. Nació Wicksell en Estocolmo, en el seno de una familia de comerciantes de clase media, el año 1854. Su carrera académica no fue especialmente destacada. Tuvo que esperar hasta los cincuenta y tres años para conseguir una cátedra universitaria. Y, como ésta estaba integrada en la Facultad de Derecho, a los cuarenta y ocho se vio obligado a cursar esta carrera para poder ser candidato a la plaza que, finalmente, ocuparía.
 
Sus ideas sobre las leyes y la organización de la sociedad sueca fueron siempre controvertidas y, en muchos casos, levantaron contra él la indignación de sus conciudadanos. Así en 1892 se opuso a la propuesta del gobierno de aumentar la duración del servicio militar con el argumento de que Suecia, dado su reducido tamaño, en ningún caso podría ser capaz de tener una defensa autónoma eficiente. Tenía, seguramente, razón en esta idea. Pero mucho más discutible resultaba su conclusión de recomendar que su país negociara la incorporación al Imperio Ruso, para que éste garantizara su defensa. Y rozaba incluso lo pintoresco su opinión de que, dada la larga tradición democrática de Suecia, tal decisión serviría, además, para desempeñar un papel "civilizador" en el seno del Imperio del Zar.
 
Y algún tiempo después iría todavía más allá en la defensa de opiniones problemáticas, lo que acabaría llevándole a la cárcel. En 1908 un joven anarquista fue a prisión por blasfemar en público, lo que, en aquella época constituía un delito en Suecia. A nuestro economista aquello le pareció indignante, porque la ley y la decisión del tribunal violaban, en su criterio, la libertad de expresión reconocida por la constitución. Y no se le ocurrió nada mejor para denunciar el hecho que asumir él mismo el papel de blasfemo. Unos meses después del caso que acabo de referir, se anunció, en efecto, en Estocolmo una conferencia a cargo de Knut Wicksell con el prometedor título de "El trono, el altar, la espada y la bolsa de dinero". El éxito de audiencia fue grande. Pero sus consecuencias traerían no pocos quebraderos de cabeza al conferenciante. En el curso de su intervención nuestro economista aprovechó el momento para satirizar la explicación bíblica de la concepción de Jesucristo, sin olvidar dedicar algunas observaciones irónicas al papel de San José y del Espíritu Santo. Y aquello gustó poco a las autoridades. Nuestro economista fue procesado y condenado a dos meses de prisión, sentencia que fue confirmada en apelación por un tribunal superior. De una forma muy civilizada, eso sí, le permitieron elegir la prisión que quisiera para cumplir su condena; y aprovechó su estancia allí, con casi sesenta años de edad, para redactar un ensayo sobre la teoría de la población y sus cambios.
 
Aún viviría nuestro economista bastantes años más; y parece que, cuando murió en 1926, se había olvidado de las cuestiones teológicas y estaba escribiendo un artículo sobre la teoría del interés para el libro homenaje al economista austriaco Friedrich von Wieser. El tema era, seguramente, menos atractivo para el público en general. Pero no cabe duda de que Wicksell lo conocía mucho mejor.

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