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Los planes de Al Qaeda

Puede, si es verdad que Saddam llamó en su día a sus fieles a no unirse a los mujaidines llegados a Irak desde el exterior, que a Saddam no le interesase la gente de Bin Laden una vez fuera del poder, pero a los secuaces de Al Qaeda sí que les interesa el Irak post-Saddam. El coche bomba de ayer en Bagdad contra la sede central de la Autoridad Provisional de la Coalición –el cuartel general de Paul Bremer, para entendernos– es otra buena prueba de ello, pues por el tipo de objetivo, el método utilizado y la naturaleza suicida del terrorista, todo lleva a pensar que es obra de Al Qaeda. La gente de Saddam, empezando por él mismo, como quedó demostrado durante su arresto, aprecia demasiado sus vidas como para inmolarse haciendo explosionar un coche o un camión.
 
La persistencia de terroristas islámicos en Irak no es baladí. Por una parte, dificultan enormemente las tareas de reconstrucción, sobre todo por sus ataques a infraestructuras críticas de la economía del país –como oleoductos–, pero también porque las fuerzas de la coalición se ven distraídas de su misión principal y en la necesidad de protegerse aún más, si cabe. Al Qaeda no atenta contra soldados aislados, como es el estilo de la guerrilla post-Saddam. Aunque quisiera hacerlo, su necesidad de ofrecer a sus seguidores atentados llamativos se lo impide, de momento. Ellos buscan cosas más espectaculares, desde las Naciones Unidas al mismo Bremer. Su estrategia es asestar un golpe decisivo que, junto a la fatiga y el reguero de muertes causadas por los fieles a Saddam, provoquen la salida de la coalición –esto es, eufemísticamente, los norteamericanos–, dejando el país en un descontrol o desgobierno que les sería muy propicio. Sin Afganistán, Al Qaeda necesita un estado y un territorio donde refugiarse y reponer fuerzas. Además, una retirada americana de Irak significaría una salida deshonrosa y la pérdida de confianza en Estados Unidos en toda la zona.
 
Se calcula que no menos de mil hombres de Bin Laden han llegado a Irak en los últimos meses. También se sabe que buena parte de la dirección operativa de Al Qaeda, incluyendo al número dos, el egipcio Al Zuwahiri, se encuentra oculta en algún punto de la vecina Irán. Su guerra no es volver a colocar en su palacio a Saddam, ni siquiera buscarse un acomodo para su futuro político en el país. Irak es la batalla que ahora toca en su guerra contra Estados Unidos en tanto en cuanto que “gran Satán” y líder del mundo occidental. Y como se sabe por los atentados del 11-S, bastan unos pocos y apenas unas centenas de miles de dólares, para asestar golpes apocalípticos. Al Qeda no tiene ningún futuro en Irak, pero aunque lo sepan, están dispuestos a morir matando porque la democracia y las libertades tampoco lo tengan en ese país. Lo contrario, un Irak próspero, estable y libre sería el fin de sus sueños: una revolución islámica que derroque a los regímenes tradicionalistas del Golfo, comenzando por Arabia Saudí, que expulse a los occidentales y ponga fin a la existencia del estado de Israel. Y de ahí, también, la necesidad de que las tropas de la coalición hagan frente, de manera eficaz, a este puñado de fanáticos cuyo objetivo último es nuestro fin.
 
GEES: Grupo de Estudios Estratégicos

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