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Francisco Cabrillo

Harry Dexter White: un comunista en el FMI

Si algo ha hecho famoso al Fondo Monetario Internacional, a lo largo de los últimos cincuenta años, han sido las manifestaciones públicas de repulsa que sus empleados y expertos han sufrido cada vez que acudían a un país a recomendar o supervisar un proceso de estabilización o saneamiento económico. "El Fondo Monetario Internacional es el cancerbero del dólar yanqui", dijo una vez el Che Guevara, poniendo en relación a los dos enemigos mortales de la izquierda latinoamericana.
 
Mucho menos conocido es, sin embargo, que el más importante de los padres de la criatura, Harry Dexter White, era un comunista convencido, con respecto al cual existen pruebas de que, en los años cuarenta, pasaba información confidencial a miembros del partido comunista norteamericano que, a su vez, la hacían llegar a la Unión Soviética. White era un alto funcionario del Tesoro de los Estados Unidos, en la administración Roosevelt, a quien se encargó que diseñara un plan de reforma del sistema monetario internacional, para ser puesto en práctica una vez terminada la Segunda Guerra Mundial. En los años finales de la contienda, nuestro personaje mantuvo largas discusiones con el representante británico, que era nada menos que John Maynard Keynes, quien había diseñado también un proyecto de reforma, que tenía algunos puntos de discrepancia con el de White. Como es sabido, el que finalmente prevaleció fue el plan norteamericano –conocido precisamente como "Plan White"– que sirvió de base a los históricos acuerdos de Bretton Woods, uno de cuyos resultados fue precisamente la creación del Fondo Monetario Internacional.
 
Ya en los años cuarenta White fue investigado por el FBI, encontrándose indicios bastante claros de su colaboración –aunque fuera a través de otras personas– con los soviéticos. Nunca fue perseguido judicialmente, sin embargo, ya que se temió que un proceso habría supuesto hacer públicas las fuentes de información de los servicios secretos norteamericanos. El gobierno se limitó entonces a retirarlo discretamente del servicio. El caso White fue considerado por algunos como un episodio más de la caza de brujas, en el que un alto funcionario habría sido perseguido por sus ideas. Pero descubrimientos más recientes han demostrado que las sospechas del FBI eran ciertas.
 
En 1999 fueron desclasificados y abiertos a los investigadores parte de los archivos secretos del KGB soviético; y en ellos se han encontrado numerosas referiencias cifradas, en las que White aparece no sólo como un informador privilegiado para la Unión Soviética, sino también como de sus activos más valiosos en los Estados Unidos. Ante la evidencia, el hecho ha pasado a ser generalmente aceptado por los especialistas en la historia económica del período de la segunda Guerra Mundial. Pero a algunas personas, especialmente en el Fondo Monetario Internacional, está conclusión no les ha gustado demasiado. Y uno de sus funcionarios, James M. Boughton, no dudó en publicar, poco después de que se hicieran públicos los nuevos datos, en las páginas de History of Political Econmy –la revista más importante, seguramente, entre las dedicadas a la historia del pensamiento económico– un artículo con un título tan expresivo como sorprendente: El caso contra Harry Dexter White: falto de pruebas.
 
El veredicto de la historia parece hoy claro, sin embargo. White nunca pasó seguramente, en persona, información a los agentes soviéticos; y no fue miembro tampoco del partido comunista. Pero poca duda cabe de que pasaba información confidencial a agentes de este partido, que los soviéticos apreciaban mucho en unos momentos cruciales para la definición de lo que sería el mundo en el que hemos vivido hasta la caída del muro de Berlín.
 
Mucha gente tenía claras simpatías por la Unión Soviética en los Estados Unidos en aquellos años, por lo que el caso de White no resulta excepcional. Lo curioso es que fuera él quien definiera cómo habría de ser y funcionar una de las bestias negras de los comunistas de las últimas décadas. A lo mejor es una buena idea recomendar a los actuales dirigentes del Fondo que, en vez de tratar de echar tierra sobre este asunto, lo difundan por todo el mundo, y especialmente por América Latina. Es posible que así sus funcionarios sean acogidos con entusiasmo por los habitantes de los países en vías de desarrollo que visitan, en lugar de ser abucheados y apedreados, como suele suceder en la actualidad.

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