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Ni dos días ha tardado el PSOE en rectificar el “patriotismo español” del que alardeó Zapatero recientemente, ese recobrado sentido nacional que supuestamente guiaba su renuncia a formar gobierno si no tenía más votos que el PP. Otra vez vuelve a las andadas de la sumisión al nacionalismo; otra vez está a los pies del separatismo; otra vez multiplica sus gestos de sumisión, lindante con el esclavismo, hacia el PNV; otra vez está como quiere Polanco: con el cartel de “se vende o alquila” para los enemigos del PP, que suelen ser los de España.  La claudicación de Zapatero ante González y PRISA empezó en el País Vasco, al cargarse ignominiosamente a Redondo Terreros para dinamitar la alianza de los partidos españoles frente a los separatistas y comunistas. Y en el País Vasco continúa esa epopeya de renuncias y obsequiosidades ante un PNV que los desprecia sin recato, como demostró recientemente Ibarreche con Patxi López.
 
Este PSOE en estado permanente de rebajas va camino de la liquidación por derribo. Ningún partido nacional puede sobrevivir a una perpetua rifa de incondicionalidades, a esa forma de suicidio que consiste en saludar las amputaciones como sana dieta de adelgazamiento. EL PNV no es la España plural, como obscenamente proclama Ramón Jáuregui, sino la negación de España y la persecución del pluralismo en el País Vasco. Es posible que Zapatero piense que diciendo todos los días una cosa y la contraria, siendo blanco en Bilbao y negro en Madrid, rojo en Sevilla y verde en Barcelona, puede sumar y no restar, añadir y no perder votos o, lo que es lo mismo, posibilidades de victoria electoral. Uno piensa que se equivoca, pero, aunque acertara a medias, si no gana las elecciones y forma Gobierno, ¿qué política podrá hacer en la oposición? Se ha quedado sin discurso nacional, sin estrategia coherente y sin capacidad de alternativa al PP. Lo único que le queda es la pancarta en la calle y la enmienda a la totalidad constitucional. O sea, 1934, sesenta años después. Una tragedia no por absurda menos peligrosa.
 
La única verdad que Cebrián y González han proclamado en su guión para la izquierda es que el futuro no es lo que era. Pero además están creando un presente en el que todo tiempo pasado fue mejor. Es, evidentemente, el triunfo perpetuo de González, cuyo fantasma habita el alma errabunda de Melmoth Zapatero, el poseído.
 

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