Menú
Ignacio Villa

La herencia-trampa del pujolismo

Lo que nos faltaba: Carod Rovira se ha apresurado a anunciar a bombo y platillo el lema de su campaña electoral en las elecciones generales: "Hablando se entiende la gente". Recoge la afirmación poco afortunada atribuida al Rey Don Juan Carlos en la audiencia al presidente del Parlamento catalán. ¡Qué paradoja! El individuo que salió el pasado martes insultando, amenazando y recuperando el lenguaje de enfrentamiento de la guerra civil es el mismo que dice ahora que "hablando se entiende la gente", y lo convierte en su lema. Poco crédito puede tener una persona que se sienta a escondidas a negociar con los terroristas, porque con ello demuestra que se siente más cerca de los asesinos que de los demócratas, mientras insulta sin pudor al Gobierno de España y dice avergonzarse del PP.
 
Mientras sigue agravándose la crisis política en Cataluña, el líder de Esquerra Republicana está confirmando con su agresividad, con su prepotencia, con sus maneras fascistoides y con su odio a España con quién se está jugando los cuartos el PSOE. Dicho está desde hace mucho tiempo: Carod Rovira no es un socio de fiar. Zapatero no se lo quiso creer y así le va. En su atontamiento permanente, el líder socialista pensó que estábamos en un juego más o menos llevadero, pero ahora se encuentra camino del precipicio. En el fondo, Zapatero tiene lo que se ha buscado pero, además, crisis tras crisis se va hundiendo en la más absoluta ineficacia. Se hundió con el "Prestige", se equivocó con Irak, hizo el ridículo con la crisis de Madrid y ha desvariado con el Gobierno catalán, para ser rematado al final por un individuo de quien pensó que podría servirle como balón de oxígeno para las generales.
 
Con todo, lo más preocupante es que el Gobierno de Cataluña esté en manos de un Pascual Maragall títere de sus miserias y de un Carod Rovira agitado por su ardoroso radicalismo guerrero. Es verdad que le conocíamos y también es cierto que suponíamos lo que podía hacer, pero pensábamos que tardaría un tiempo en sacar su cara más dictatorial. Pero no: al final todo ha sido mucho más rápido de lo que esperábamos. Los primeros síntomas aparecieron con las amenazas ante la marcha de empresas afincadas en Cataluña, pero ha tardado muy poco en retratarse en toda su dimensión. Carod Rovira es una peligro para la política catalana, para la estabilidad de España y para la salud de nuestra democracia. Él, que crítica tanto al PP por sus formas, ha sacado a relucir unos modos genuinamente franquistas.
 
Al querer convertir las elecciones generales de marzo en un plebiscito personal, Carod recupera no sólo el lenguaje de la guerra civil, va más lejos haciendo propia una forma de actuar que en España habíamos olvidado desde 1975. Es de otro mundo, pertenece a otra época ese carácter mesiánico. Cataluña no necesita a Carod, aunque él piense que le han estado esperando 25 años. De todas formas, que nadie se engañe: esta situación mucho tiene que ver con los veintitrés años de pujolismo, porque Carod Rovira es la herencia-trampa de Pujol.

En Opinión