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El miércoles 28 de enero, en un acto sencillo y emotivo, el Presidente del Gobierno ha impuesto a Jean François Revel la Gran Cruz de Isabel la Católica, en presencia de varias docenas de liberales españoles e iberoamericanos de muy diversas tendencias y generaciones que acudieron a la Moncloa a acompañar al maestro francés. Se cierra así una serie de actos en homenaje a Revel en el que destaca el almuerzo que le ofreció Esperanza Aguirre el martes, también con la presencia de liberales de toda condición.
 
Ha sido el de Aznar un gesto lleno de significado político y nacional, con el que se premia a un gran amigo de España y a un verdadero modelo de intelectual europeo, inquebrantable e incansablemente comprometido con la libertad. Un largo aplauso refrendó la imposición de la banda amarilla y blanca y una de nuestras condecoraciones más importantes a una de las personas que menos puede dudarse de que la merezcan.
 
En un discurso lleno de anécdotas clericales, curiosas en un homenaje al autor de “Ni Marx, ni Jesús”, Miguel Angel Cortés glosó la historia e importancia de la Gran Cruz. Después, Aznar hizo un breve discurso lleno de enjundia centrándose en el último libro de Revel: “La obsesión antiamericana”, que analiza la reacción de buena parte de Europa y de la izquierda de todo el mundo tras los atentados del 11-S. El presidente, tan delgado y tan joven que empieza a parecer el hermano pequeño de su hijo mayor, dijo que en la guerra contra el terror muchas veces nos hemos sentido solos, pero que testimonios y reflexiones como los de Revel nos han ayudado a soportar las dificultades y nos animan a proseguir una lucha que no sólo es en solidaridad con los USA sino en defensa de los valores de la libertad, el mayor de nuestros bienes. Revel agradeció la condecoración con unas palabras en español y un breve discurso en francés, traducido sobre la marcha por una intérprete con rara perfección.
 
Aunque la fórmula de agradecer un premio dudando públicamente merecerlo pueda parecer convencional, Revel se mostraba sincero y casi emocionado. No era el único. En un día luminoso de invierno madrileño, con Aznar viviendo sus últimos días presidenciales, todo tenía un aire de afecto y melancolía: el gran político que se va, el inolvidable maestro que pasa... y los liberales que nos quedamos. Ay, los liberales.
 

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