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Víctor Llano

La perversión del lenguaje "robolucionario"

Ahora que las muchas medicinas que toma el coma-andante apenas le hacen efecto, que se queda traspuesto en mitad de sus discursos, que casi no se sostiene sin que le ayuden; ahora que todo el mundo confía en un próximo y fatal desenlace, es el momento de reconocerle que, al menos, ha tenido éxito en dos de las muchas cosas que ha intentado. Como los Diez Mandamientos, los logros de la robolución se resumen en dos: terror y propaganda. Del terror nos hemos ocupado en muchas ocasiones. Pero quizás no tantas de su capacidad para pervertir el lenguaje. Sin embargo, tenemos que admitirlo, Castro ha logrado que una enorme patraña envuelva la Isla que convirtió en cárcel.
 
En la Prisión-grande, nada ni nadie recibe el nombre que le corresponde. Se habla de 500 presos políticos. Falso. Han sido condenados por defender los derechos humanos, por crear humildísimas bibliotecas independientes, por contar a sus amigos en el extranjero los crímenes que sufren, o por negarse a delatar a sus compañeros y practicar abortos en masa. Son activistas de los derechos humanos. No pueden presentarse a elección alguna, ni tienen acceso a los medios de comunicación. ¡Ya quisieran ellos poder hacer política! Son, simplemente, víctimas. Pacíficos ciudadanos que prefieren ser libres en la cárcel que esclavos en la Plaza de la Revolución.
 
Tampoco son comunes los 100.000 presos restantes. Muchos de ellos fueron condenados por robar medicinas que su gobierno reserva para los turistas, por matar una vaca, por buscarse la vida en el mercado negro, por intentar escapar, o por no arrodillarse complaciente ante un señorito comunista. Sin embargo, casi nadie los recuerda. Se habla de los “políticos, pero rara vez del resto de los condenados por la tiranía que, como los activistas de los derechos humanos, se pudren en prisión sin que nadie pueda hacer nada por ellos. Castro no permite que la Cruz Roja Internacional sepa lo que ocurre en las más de doscientas cárceles de las que se sirve para torturar a miles de desafectos que, sin espíritu robolucionario, no se conforman con que sus hijos se mueran sin comida y sin medicinas. Les llama “comunes”, pero son políticos. Víctimas de la barbarie que la justicia que ayudó a informatizar Ibarreche condenó sin la más mínima garantía.
 
Y es que todo es mentira en la finca del coma. Hablan del criminal bloqueo yanqui, cuando Estados Unidos es el séptimo socio comercial del gobierno castrista; llaman doctores a los estudiantes de primer curso de medicina, ginecólogos a los que practican miles de abortos, maestros a los chivatos, periodistas a los comisarios políticos, cooperantes a los agentes de las Seguridad del Estado que entrenan a las milicias bolivarianas, jineteras a las putas, pepes a sus clientes, y resolver, a robar. En el largo lagarto verde todo el mundo intenta escapar de la realidad. Las víctimas, para soportarla. Los verdugos, para esconderla.

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