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Encarna Jiménez

Cine de guerra

Los premios Goya, al cumplir su mayoría de edad, están a punto de perder el nombre y el norte aunque intenten buscarlo. Después de la ceremonia de la confusión del año pasado y con la animadversión que la mayoría del gremio tiene hacia TVE, retransmisora de la gala, y al Gobierno, este año se ha insistido, aunque con menor intensidad, en hacer de menos al cine, que se supone que los reúne, y meterse en terrenos políticos con una puesta en escena algo más discreta que otros años y muy sosa.
 
Cayetana Guillen Cuervo y Luna, un actor mexicano bastante desenvuelto, conductores principales de la ceremonia, no tuvieron el protagonismo que tenía Rosa María Sardá. José Luis Iborra, director y guionista quiso huir del espectáculo teatral y ceñirse a lo estrictamente necesario.
 
En este caso, lo necesario, además de desvelar los premios y soportar los agradecimientos, era dar cabida a los discursos que se inclinaban por denunciar la guerra o defender la libertad de expresión, que quería decir el apoyo a Julio Medem. La actual presidenta de la Academia del Cine, Mercedes Sampietro, se hizo acompañar de casi todos los ex presidentes con dos ausencias significativas, entre las que destacaba, la de Luis García Berlanga, para defender la teoría de que hay una campaña de censura contra un cineasta, y no una manifestación legítima que cuestione un documental con cuyo punto de vista no están de acuerdo “Basta ya”  y la Asociación de Víctimas del Terrorismo.
 
Mercedes Sampietro, que es algo menos temperamental que su antecesora en el cargo, Marisa Paredes, tuvo a bien empezar su parlamento con un cortés “queridísima ministra”, aunque estuvo claro que, cuando la Academia se encuentra en una situación complicada, siempre cierra filas con los cineastas, en este caso con el autor del documental “La pelota vasca”, que no obtuvo el premio para el que estaba nominado.
 
Este año que, hasta Pilar Bardem estuvo contenida —tan sólo se adornaba con la pegatina “Sí a Medem, no a ETA”— fue la apoteosis de Iciar Bollaín, cuyo equipo, y ella misma, aprovechó la ocasión para entrar en campaña. La directora insistió en la condena contra la guerra de Irak, aunque añadió un “y también a ETA”, y el actor Luis Tosar le dedicó el premio a Medem e hizo alusión velada al alcalde de Toques. Por fuera de esto, a la gala le faltaron incluso los momentos nostálgicos con homenajes a figuras entrañables del cine español como en otras ediciones.
 
Veremos si en lo sucesivo la alegría vuelve al cine español, porque, a pesar de los trajes de princesa de Cayetana y las gracias breves de Anabel Alonso, el espectáculo televisivo fue cansino, poco ilusionante y con escasa emoción. La versión autóctona de los “oscar” ha celebrado la mayoría de edad con una puesta en escena que evidencia que la pobreza de nuestra cinematografía no está sólo en los euros invertidos, sino en los cortos vuelos y la confusión de sus objetivos.

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