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Francisco Cabrillo

Frank Knight, un liberal poco liberal

Desde hace más de cincuenta años la Sociedad Mont Pelerin reúne a economistas y a otros especialistas en ciencias sociales defensores de los principios de la libertad política y económica. El nombre de esa institución no deja de resultar, sin embargo, sorprendente, ya que Mont Pelerin es una montaña suiza. Es decir, el nombre elegido sería equivalente al una sociedad española que tuviera objetivos similares y se denominara Sociedad Navacerrada o Sociedad Picos de Europa, lo que daría más la impresión de un centro excursionista que de una asociación académica. El principal responsable de tan curioso nombre fue el economista norteamericano Frank Knight.
           
Había nacido Knight el año 1885 en el Estado de Illinois. En 1916 se doctoró en economía en la universidad de Cornell, con una tesis que constituiría la base de su libro más importante, que publicó unos años después con el título de Riesgo, incertidumbre y beneficio. La distinción entre el riesgo –cuya probabilidad se puede estimar y ante el que cabe, por tanto, el aseguramiento– y la incertidumbre –imprevisible y frente a la que no cabe, por tanto, estimar una probabilidad– constituye su aportación más conocida al análisis económico. Durante más de treinta años (1917-1919 y 1927-1958) ocupó una cátedra en la Universidad de Chicago, donde fue la figura dominante de su departamento de economía y tuvo como alumnos a algunos de los que llegarían a ser los profesores más influyentes en el desarrollo de la ciencia económica en la segunda mitad del siglo XX.
           
En 1947 fue invitado a participar en una reunión organizada por Hayek, cuyo objetivo era reunir a un grupo de intelectuales preocupados por la amenaza que el avance del socialismo suponía para el mundo occidental, y para Europa en especial, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Se trataba, en esencia de contribuir, desde el mundo del pensamiento económico y político, al diseño de un nuevo orden liberal en nuestro continente. Con este propósito, y gracias a la ayuda de un financiero suizo, se reunieron, en el mes de abril, treinta y nueve personas de diez países diferentes en un hotel situado en Mont Pelerin, cerca de Vevey.
           
Dados los buenos resultados de la reunión, se decidió continuar los encuentros y crear una sociedad permanente para “contribuir a la defensa y la mejora de una sociedad libre”. El primer presidente sería Hayek y, entre los cinco presidentes que se nombraron ese mismo año estaba Frank Knight, que había llegado a Suiza tras haber pasado una dura tempestad en el barco que le trajo a Europa tumbado en la litera de su camarote leyendo al gran historiador Jacob Burckhard (o, al menos, eso es lo que cuenta Stigler, que hizo el viaje con él).
 
Aunque había un acuerdo bastante general entre los asistentes sobre los principios que debían regir la nueva sociedad, hubo desde el primer momento fuertes discrepancias con respecto a su nombre. Hayek había pensado, inicialmente llamarla Sociedad Lord Acton. Más tarde pensó en añadir el nombre de Tocqueville y llamarla Sociedad Acton-Tocqueville, dos personajes a los que admiraba profundamente. El nombre de Acton le parecía, además, especialmente atractivo porque se trataba de un intelectual profundamente católico y esto, en su opinión habría permitido suavizar la que él consideraba actitud profundamente antirreligiosa de muchos liberales europeos. Pero Knight no estaba dispuesto a aceptar estas propuestas. No es posible –afirmó– que un movimiento liberal lleve el nombre de dos católicos. Y se cerró en banda con un empecinamiento digno de mejor causa. De nada sirvieron tampoco los intentos de lograr una solución de compromiso. Aaron Director –que era judío, por cierto– sugirió llamarla Sociedad Adam Smith-Tocqueville, con lo que el catolicismo y el protestantismo parecían quedar equilibrados. Pero de nada sirvió. Y Hayek, que, aunque católico en sus orígenes, realmente era ateo, no pudo sacar adelante su idea. Finalmente K Brandt, que por entonces estaba en la universidad de Stanford, propuso llamarla Sociedad Mont Pelerin, simplemente porque nadie podía discutir que ése era precisamente el sitio donde estaban reunidos. Aunque Karl Popper afirmó que el nombre era absurdo, fue aceptado a falta de otro mejor. Y todavía hoy la sociedad sigue llamándose así.
           
Frank Knight vivió aún veinticinco años más. No sabemos si alguna vez se arrepintió de su pintoresco empecinamiento de 1947. Seguramente no.

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