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Carlos Semprún Maura

Alcantarillas progresistas

Esta campaña electoral, cara a las regionales, confirma su aburrimiento, nada que ver con la pasión que suscitó hace casi dos años el susto provocado por Le Pen, que todos los listos de Europa consideraron como la vuelta de Hitler, disfrazado de payaso bretón. Es bastante lógica esta morriña, porque hablar de tráfico, de impuestos locales, de carreteras, y otros temas de esta índole, que pueden ser esenciales para la vida cotidiana de los ciudadanos, no es “telegénico”. ¿A quién le importa si las alcantarillas son progresistas o derechistas? Lo importante es que funcionen. Por eso, la campaña en los medios se limita a una crítica o defensa del gobierno.
 
El PS, cada día más autista, repite: “nosotros lo hicimos todo muy bien, este gobierno todo muy mal”. Sin añadir: “por eso perdimos”. La extrema izquierda trotskista, no hay otra en campaña, divertida en otras ocasiones, es siniestra, nada más parecido a contestadores automáticos. El único entretenido es François Bayrou, presidente de la UDF, que ya considera como seguro que estas elecciones va a respaldar sus ambiciones presidenciales. En la grotesca sesión sobre la moción de censura presentada por el PS en la Asamblea, fue el más crítico contra el Gobierno, pero no votó la censura, que evidentemente fue rechazada. Cuando los socialistas le preguntan por qué no cruza el Rubicón y se pasa a la verdadera oposición, junto a ellos, les contesta: “Porque sois peores”.
 
Ya lo he dicho, y lo repito: no es que los proyectos de reformas del Gobierno sean malos, es que son demasiado timoratos, y sus intentos de aplicación, aún más. Puesto que los científicos están de nuevo en la calle, protestando, tomemos el ejemplo de la investigación científica, que se ha convertido a lo largo de los años en un mamotreto burocrático, y últimamente, casi totalmente improductivo. Una de las ideas de reforma del gobierno es la de subvencionar proyectos concretos, en vez de gastar todo el presupuesto en sus sueldos a funcionarios que supuestamente investigan, pero si no encuentran nada durante toda su vida, no pasa nada, siguen hasta su jubilación, y cobran luego sus sendas pensiones.
 
Implícitamente, también existe el proyecto de una mayor colaboración entre la investigación privada y la estatal, pero de esto no se habla, porque en Francia todo lo que huele a privatización es considerado como crimen contra la humanidad. De allí, el descontento: no defienden la ciencia –o la inteligencia, como dicen cínicamente–, sino sus privilegios y sus zapatillas mentales. Ahora bien, se mire como se mire, es cierto que habría que aumentar los créditos. Todo depende para qué y a quiénes van destinados, a una verdadera investigación científica o al aumento de funcionarios.
 
Toda la prensa gala comenta estos días el proceso Dutroux, en Bélgica. Pocas veces la hipocresía ha alcanzado tales cimas, porque todo el mundo sabe (bueno, los magistrados, los gendarmes, los políticos y muchos periodistas) que ese criminal sádico formaba parte de una red de pederastas de la que se “beneficiaba” un alto personaje de la Corte (Bélgica es una monarquía), y todas las incoherencias de la encuesta y del proceso, las increíbles protecciones que obtuvo Dutroux, no se explican de otra forma. Conozco el nombre, no lo diré, no por miedo a represalias, sino sencillamente porque sólo tengo rumores, rumores fundados, de origen periodístico off the record, pero ni el menor atisbo de prueba.

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