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Pío Moa

La cuestión de la pedagogía

Estoy convencido de que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, y que al pueblo español, a todos nosotros, puede irnos muy mal con la disparatada elección reciente. Esperemos que el daño no sea irreparable. Pero dicho esto, hemos de preguntarnos: ¿cuál es la causa profunda de una situación en que tantos millones de personas se han dejado arrastrar por la provocación y las conductas tan claramente antidemocráticas de unos partidos que en algunos casos rondan y en otros caen abiertamente en lo gangsteril?
 
A mi juicio se trata en gran medida de un problema de pedagogía. En otro artículo me preguntaba por qué tanta gente seguía votando al PSOE pese a las continuas fechorías de este partido. La respuesta era la identificación de millones de personas con un esquema de pensamiento de “pobres-ricos”, “trabajadores-explotadores”, “los nuestros-los capitalistas” o “los imperialistas”.
 
Ese esquema ha llevado a mucha gente a seguir a los amigos del terrorismo cuando acusaban de asesino al PP –que ha defendido con notable éxito la libertad y la vida de la población contra los terroristas–, y a exculpar a los verdaderos asesinos porque éstos, queda implicado, se defienden “del imperialismo”.
 
Tal forma de pensar, o de no pensar, procede de la ideología marxista de la lucha de clases, mucho menos superada de lo que algunos quieren creer, y es sumamente peligrosa, por antidemocrática y socavadora de la convivencia civil.
 
Esa ideología ha calado en mucha gente, no siempre de izquierdas, ni mucho menos, hasta presentársele como la evidencia misma. Un fenómeno tan extendido no se entendería sin tener en cuenta una actividad fundamental en la izquierda y a la que la derecha apenas ha prestado atención: la “pedagogía” socialista. Apenas el PSOE llegó al poder en 1982, cuando se aplicó intensamente a difundir esas ideas, partiendo, muy significativamente de la guerra civil.
 
Los no tan jóvenes recordarán aquella serie de la televisión, masivamente seguida, sobre dicha guerra, e inspirada por Tuñón de Lara, un viejo y resabiado stalinista. La serie fue sólo el comienzo, y la falsificación radical de la historia se convirtió en un muro maestro de un montaje ideológico y político con mil derivaciones y aplicaciones. La izquierda era la virtuosa y democrática defensora del “pueblo” frente a una oligarquía violentamente rapaz, oscurantista, enemiga de la libertad y del progreso.
 
Actualmente, concedían generosamente los “progresistas”, la cosa no es tan terrible, porque hay una derecha algo más “civilizada” que la antigua, capaz de admitir, más o menos, sus culpas “de clase”; pero aun así inclinada, no debía olvidarse, a recaer en sus malignas esencias. Esa derecha debía ser vigilada, tenida a raya con el látigo del recuerdo de sus crímenes y la acusación de “franquismo” en cuanto se desmandara. Su puesto estaba en una saludable oposición.
 
Ha sido y sigue siendo inmenso el éxito de esa bazofia intelectual, repetida de mil formas y desde los más variados medios de difusión, incluidos los derechistas. Porque la derecha, en el poder durante ocho años, ha sido incapaz de criticar adecuadamente esos esquemas, y de oponerles un modo de pensar realmente democrático. En realidad, ni siquiera se lo ha propuesto. Ha hecho algunos esfuerzos aquí y allá, nada desdeñables, pero totalmente insuficientes y ni de lejos capaces de calar en “las amplias masas populares”, por decirlo con la antigua jerigonza marxista.
 
Las elecciones últimas demuestran que la democracia en España está mal consolidada. Y lo seguirá estando mientras no se entienda que la competencia política debe ir completada con “la lucha ideológica”, como la llamaban los comunistas, y en este caso más bien una lucha antiideológica. Porque mientras la pedagogía totalitaria de la lucha de clases siga deformando en la mentalidad de millones de personas, el peligro subsistirá.

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