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Víctor Cheretski

Se refuerza el régimen autoritario

Nos da risa cuando leemos en la prensa española especulaciones sobre el futuro de la democracia en Rusia. Según los comentarios que nos mandan desde Moscú diferentes representantes de prestigiosos medios españoles, esta democracia corre un gran riesgo bajo el mandato del presidente Putin.
 
Acaso, ¿puede ponerse en riesgo un fenómeno inexistente? ¿O alguien puede suponer que en la época pre-putiniense en Rusia había algo parecido a una democracia que ahora se pone a prueba? Porque hablar de democracia en la Rusia de los años 90 durante el mandato del alcoholizado y perverso Yeltsin significa burlarse del mismo significado de la palabra. Traducida del griego, quiere decir el “poder del pueblo” y no de la mafia sangrienta, ni de funcionarios corruptos, que arruinaron el país y mataron de hambre al pueblo.
 
Rusia nunca ha conocido la democracia. El país ha sido gobernado con mano dura a lo largo de siglos, independientemente de cómo se llamara el caudillo de turno: majestad o camarada. La estabilidad del poder se basaba en cierto respeto que manifestaba este “cesar” hacia el pueblo quien, por cierto, siempre se quedaba satisfecho con muy poca remuneración por su lealtad, sacrificio y trabajo. Yeltsin rompió esta tradición y gobernó sólo para los intereses de su propio clan llamado vulgarmente la “familia”, igual que en la mafia siciliana. La palabra “democracia” que le gustaba utilizar especialmente en las conversaciones con su “amigo Bill” (Clinton) le servía de cortina de humo.
 
El éxito electoral de Putin se debe a su empeño de restablecer el sistema tradicional ruso. El todopoderoso y misericordioso “padre” de la nación nunca olvida a sus súbditos: les aumenta, de vez en cuando, los salarios y pensiones, castiga a los “malos” y condecora a los “buenos”, es justo y generoso.
 
Putin es un dirigente tradicional ruso. Sea como sea, debe ser autoritario – el pueblo lo quiere así.

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