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Amando de Miguel

Las cosas como son

Rafael Pina, desde los Estados Unidos, me pregunta: “¿Por qué considera usted (y tantos otros antes y ahora) que Méjico y España están en distintos hemisferios?” Vamos a cuentas. Hemisferio es la mitad de una esfera, la que forma, cortándola, cualquier plano que pase por el centro. Convencionalmente, se utiliza más la idea de que ese plano es el ecuador, aplicado a la esfera terrestre. Pero, idealmente, podríamos manejar también cualquier otro plano que determinaran los meridianos. En ese caso, bastaría utilizar un meridiano que cortara la Tierra por las Azores. Así España se encontraría en un hemisferio y México (más el resto del continente americano y las islas del Pacífico) en el otro. Con muy buen acuerdo, la Constitución de 1812 dice así en su artículo 1: “La nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”. ¿No te parece una hermosura?
 
Marcos González-Cuevas de Logroño, me riñe porque escriba yo “México” y no “Méjico”. La razón suprema por esa preferencia es porque así escriben el nombre de su país los mexicanos, si bien lo pronuncian con jota, Méjico. Así pues, no se trata de ninguna influencia de los Estados Unidos. Como es sabido, en inglés no existe el sonido de la jota, por lo que “México” se pronuncia con equis, pero, repito, no es el caso de los mexicanos o del resto de los hispanoparlantes. En el castellano del siglo XVI se escribía “México”, pero se pronunciaba con jota, o quizá con una especie de jota aspirada, que es como lo pronuncian hoy  muchos hispanoamericanos. Así se escribe en el Tesoro de Covarrubias, de 1611, el primer diccionario que hubo de la “lengua castellana o española”. La obra suprema de la Literatura española es El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha, de 1605. Naturalmente, en esa época se pronunciaba “Quijote”, que es como lo escribimos ahora. Luego, esa equis de México bien castiza es. Lo que no debe hacer nunca un hispanoparlante es pronunciarla con el sonido actual de la equis.
 
No sé si habrá muchos lectores que opinen como Benito Espinosa (seguramente un pseudónimo, el muy ladino) quien, refiriéndose a mi, me espeta: “El atrevimiento que se sigue de la ignorancia no tiene límites”. Se pregunta si yo soy “filólogo, lingüista, sociólogo o simplemente seguidor de Herrera Oria”. No sé a cuento de qué viene lo del cardenal y periodista. Si es por molestar, pase, pero que conste que nunca me he considerado seguidor de Herrera Oria, por mucho que admire algunas de sus cualidades. Desde luego, no me considero propiamente periodista, ni mucho menos filólogo o lingüista. Simplemente tengo un gran cariño por el único capital que realmente poseo, libre de cargas: la lengua castellana. Me perdonarán los gramáticos que me meta en su terreno. Sociólogo lo soy por oposición.
 
Como estamos en el capítulo de insultos, Josep M (otro pseudónimo) escribe: “A lo que es la situación y salud de su idioma en Catalunya, permítame decirle, subrayarle, que no tiene la más mínima idea”. Y añade que “en Catalunya nos jactamos de ser un pueblo dialogante”. Le recuerdo que el verbo “jactarse” significa “alabarse excesiva y presuntuosamente, con fundamento o sin él y aun de acciones criminales o vergonzosas”. En catalán el verbo se escribe igual y significa aproximadamente lo mismo. Así pues, don Josep M., me parece bien que se jacte usted de dialogante. Ahora entiendo lo que debe de significar “diálogo” para las personas que, como usted, insultan sin dar la cara. Pero hombre de Dios, ¿qué le cuesta firmar con su nombre completo y verdadero? Vaya la misma pregunta para don Benito Espinosa, si, como sospecho, oculta igualmente su auténtico nombre. Últimamente encuentro un hecho que me intriga: los correos insultantes proceden todos de Cataluña. Déjame que imagine cómo van vestidos sus autores, pues parece que son varones. Muy sencillo: con la camisa más oscura que la corbata.
 

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