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El presidente Lula, que cosechó torrentes de boba admiración en todo el planeta, está siendo algo más cuestionado en su país, porque sus primeros resultados son propios del intervencionismo: paro y corrupción. La reacción del mandatario brasileño ha consistido, típicamente, en más intervencionismo. Así, ha ordenado el cierre de todos los bingos del país, porque él sabe que el pueblo no debe jugar. Cuando le comentaron que, aparte de que no está del todo bien que los políticos quebranten la libertad de la gente, esa medida dejará a 300.000 personas en el paro de la noche a la mañana, don Lula rechazó el argumento, y dijo que si sólo cuenta el impacto en el empleo, “mañana me van a pedir también que legalice la prostitución infantil”.
 
Nótese la perversa lógica de este razonamiento: la gente no es libre, no es consciente, son todos como niños. La apelación a la infancia tiene el objetivo de disolver la libertad, puesto que cualquiera admitirá que los niños deben ser vigilados para cuidar que puedan eventualmente vivir de forma libre y responsable. La falacia es extender esa visión a toda la sociedad, y considerar que la libertad de los mayores también debe ser condicionada, por idénticas razones. De ahí se pasa a la equiparación entre niños que ejercen la prostitución y adultos libres y responsables que deciden echar la tarde gastando su dinero en el bingo.
 
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